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La carrera de meta incierta

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla

La carrera del buen científico está diseñada así. Termina la licenciatura con unos veintitrés años y unas notas excelentes. Le otorgan una beca de investigación de poco más de mil euros al mes durante cuatro años. Tras defender la tesis doctoral, solicita una beca postdoctoral para estar dos años en un centro de excelencia extranjero. Normalmente, trabaja en el mismo tema que ha aprendido bien. Regresa, con otra beca o contrato temporal, y ya tiene unos treinta años y un montón de publicaciones, pero todavía insuficientes para competir con otros jóvenes igual que él para conseguir un puesto estable. Ya está casado, quizá con algún hijo, y aún puede acabar en la calle. Si es mujer, las angustias se multiplican. Pasan varios años y su currículo engorda frenéticamente hasta que por fin, con una media de treinta y muchos años, consigue su ansiada meta: ser profesor titular de universidad o investigador del CSIC. Si persiste con tesón publicando y dirigiendo tesis doctorales a otros jóvenes (en los temas que él domina, a ver si no) puede que a los cuarenta y cinco o cincuenta años tenga la oportunidad de llegar a la cumbre: catedrático de universidad o profesor de investigación del CSIC. Si es mujer, tal como están las cosas, será raro que lo consiga.

¿Para qué han servido esa excelente formación y las no menos excelentes y cuantiosas publicaciones de valía internacional? Para desarrollar por el camino la pasión por aprender, encandilarse con el misterio del descubrimiento, disfrutar de los pequeños hallazgos, regocijarse en el esfuerzo por razonar, sentir el vértigo de vislumbrar el mundo fascinante de lo desconocido, sonreír al ser consciente de que se está escudriñando una intimidad de la naturaleza, sentirse poderoso al usar los instrumentos y equipos más sofisticados, inquietarse por las brillantes ideas que se le ocurren al vecino de despacho o al colega del otro lado del mundo y a uno ni se le pasaron por las mientes... Pero hay que publicar, hay que publicar, ¡hay que publicar!

Duro es decirlo, pero en infinidad de casos esta vorágine publicista termina sirviendo para poco más que conseguir la plaza de funcionario. Si se quiere que los resultados de la investigación reviertan en alcanzar altas cimas del conocimiento o, por qué no, en mejorar directamente la competitividad industrial, agrícola o sanitaria, hay que cambiar la mentalidad del científico y, para ello, el diseño de su carrera por parte de la administración. Un joven que termina la carrera con las máximas calificaciones nunca será un vago. Désele estabilidad en el empleo cuanto antes y permítasele desarrollar sus ambiciones científicas en libertad. Foméntese la competencia en una carrera larga y escalonada pero eliminando toda angustia vital básica. Esto cuesta cuatro perras comparado con algunos dispendios y nos va mucho en ello.

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