La ciencia es la única noticia

Un invitado incómodo

MICROBIOGRAFÍAS // JORGE BARRERO

La ciencia se hace más fuerte cada vez que reconoce sus errores. Esta grandeza, que la distingue de otras actividades más dependientes del dogma, como la política o la religión, lleva implícita su miseria en el difícil camino hacia el reconocimiento que recorren los más audaces, víctimas, muchas veces, de una condena sin juicio previo por parte de sus iguales. Barry Marshall y Robin Warren, premiados con el Nobel de Medicina en 2005, por descubrir la implicación de Helicobacter pylori en las enfermedades gástricas, conocen ese camino y también el dulce sabor de la victoria. A decir verdad, Marshall conoce incluso el sabor de H. Pylori, después de beberse un cultivo puro de la bacteria para demostrar a sus colegas que el microbio era capaz de instalarse en su estómago y provocar una gastritis. Pero no adelantemos acontecimientos... la incomprensión que rodea esta historia se remonta mucho más atrás.

A finales del siglo XIX, Walery Jaworski ya había sugerido que unos gérmenes con forma espiral, que habían sido observados en la mucosa del estómago, podían causar enfermedades. Desgraciadamente, los microbios nunca pudieron aislarse y, para colmo, el médico polaco escribió estas observaciones en su idioma, por lo que no tardaron en caer en el olvido. Casi un siglo después, Marshall y Warren redescubrieron a H. Pylori y, jugándose su prestigio, se atrevieron a desafiar el dogma "sin ácido no hay úlcera", proponiendo el origen infeccioso de esta enfermedad.

En 1983, publicaron por separado –no se pusieron de acuerdo para hacerlo conjuntamente– su revolucionaria hipótesis en la revista Lancet, mediante sendas cartas con el mismo título, que hoy son un texto clásico de la medicina. Pero esta publicación sólo fue el comienzo de la larga batalla que enfrentó a sus autores con múltiples prejuicios, empezando por la idea extendida de que la extrema acidez gástrica no era habitable para las bacterias. Nadie había tenido en cuenta la astucia de una bacteria espiral capaz de atornillarse en el epitelio gástrico, donde se refugia de los ácidos.

En la actualidad, la mayoría de úlceras gástricas y duodenales puede curarse con antibióticos, algo que hubiera sido considerado herético hace no muchos años. Ahora sabemos que H. pylori, una bacteria que infecta al 50% de la población mundial, normalmente sin causar problemas, puede convertirse en un invitado incómodo. Casi tan molesto como lo fueron Marshall y Warren para la sección más reaccionaria de la comunidad médica, durante los años que duró su cruzada.

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