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De la estación espacial a Marte

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física Atómica Molecular y Nuclear, Universidad de Sevilla.

Fueron las administraciones de Reagan y sus estimados soviéticos quienes inventaron lo de las estaciones espaciales. Se trataba de establecer un laboratorio de investigación y desarrollo (y cosas más inquietantes) en condiciones de microgravedad, que generaría avances inconcebibles y relanzaría la exploración del espacio. La Freedom se llamaría. Hubo científicos razonables que dijeron dos cosas que aún hoy no han calado en el público. La primera y fundamental es que la principal diferencia entre un laboratorio en órbita y otro en tierra es que en aquél apenas actúa la fuerza de la gravedad. Pero esta fuerza es completamente despreciable frente a la electromagnética que gobierna las reacciones químicas y todos los procesos de manipulación de materiales. La segunda es que una estación "espacial" se sitúa a unos 400 kilómetros de la superficie: menos distancia que de Sevilla a Madrid. Si eso es exploración espacial...

¿Por qué no hizo caso Reagan a sus científicos? Por un anuncio de televisión. Los soviéticos, tan enardecidos como los americanos, le habían ganado a estos la mano situando en órbita su estación Mir. Pagado por la gigante aeroespacial McDonnell Douglas– esta sí actuando con toda lógica–, se transmitió un anuncio impresionante. En un fondo de estrellas aparece lentamente una nave espacial. Se escucha el rugido de sus motores (sin aire no hay sonido, pero es igual). La nave avanza y ocupa buena parte de la pantalla. Una voz en off dice: "En este momento, a muchas millas sobre la Tierra, en una estación espacial tripulada se están haciendo experimentos que podrían curar graves enfermedades, se están creando nuevas aleaciones y materiales, cada minuto se están obteniendo datos científicos que cambiarán el rumbo de la historia". Se hace una pausa y en pantalla aparece una estrella roja en el costado de la nave. La voz se pregunta: "¿No deberíamos estar allí también?". La nave avanza y se escuchan voces animadas en ruso que terminan en carcajadas. Las consecuencias, 20 años después, son impresionantes. La Mir yace como chatarra hundida en el océano y la estación espacial de EEUU, internacional por gracia de Bill Clinton (aunque los costes le parecían desmesurados no era cosa de enfadar a la industria aeroespacial, ni de dejar pasar la oportunidad de congraciarse con sus aliados), sigue sin dar el más nimio resultado científico.

La NASA de George W. Bush, temiendo que la estación espacial terminará siendo impopular, ha ido pergeñando un nuevo ideal: volver a la Luna, donde se establecería una base para ir a Marte. Entre las herencias desastrosas de este presidente puede estar el inicio irreversible de una nueva carrera espacial –tan absurda como la de su admirado Reagan–, en la cual los participantes, en lugar de dos, seremos muchos; y el ganador, como siempre, sólo será uno.

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