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Las familias futuras

DE PUERTAS ADENTRO // MARÍA ÁNGELES DURÁN

Bastante al margen de las polémicas ideológicas, la búsqueda de nuevas formas familiares se produce incesantemente en los 14 millones de hogares que hay en España. Tanto de puertas adentro como en la relación con otras entidades sociales y con el Estado. Ni siquiera la población que vive en instituciones queda al margen de este intento. Entre 1889, cuando se aprobó el Código Civil, y casi un siglo más tarde, cuando se promulgó la Constitución democrática de 1978, la institución familiar había cambiado ya mucho en España. Sólo por la inercia del lenguaje se le sigue llamando "familia", como resonancia anacrónica de un tipo de organización social que en su origen latino fue el conjunto de un amo o pater familias con sus "fámulos", criados o sirvientes.

En los casi 30 años que han transcurrido desde la promulgación de la Constitución, las familias han seguido cambiando a un ritmo rápido, más intenso que en los sucesivos ajustes legales. Y seguirán haciéndolo en los próximos años, porque las familias son núcleos vivos, que responden constantemente a las modificaciones en las condiciones sociales. La innovación viene estimulada por muchas causas, pero la principal es el aumento en la esperanza de vida; un hecho universal que pocas ideologías se atreven a evaluar de manera negativa y que en España se mantiene con independencia del color de los partidos que gobiernan. Si a principios del siglo XX la esperanza media de vida rondaba los 35 años y la muerte de los padres tenía lugar con frecuencia cuando en el hogar aún había niños pequeños, hoy supera los 80 años y el número de mayores de 65 sobrepasa al de menores de 15.

El periodo post-reproductivo de una pareja es mucho más largo que el que media entre el nacimiento del primer y el último hijo. Es un hecho históricamente novedoso, todavía a medias de construir e integrar socialmente. Y son muchas las parejas que, voluntariamente o no, carecen de hijos o sólo tienen uno. Y las que rompen su relación de pareja e inician una nueva. En estas condiciones, hace falta encontrar formas organizativas que faciliten afecto, relaciones íntimas y apoyo mutuo a los sectores crecientes de población que no encuentran acomodo en la fórmula tradicional de la familia reproductiva. También es preciso garantizar el cuidado de los dependientes de edad avanzada, cuyas necesidades son más costosas, imprevisibles y duraderas que las de los niños, y para cuya atención está muy mal adaptada la organización familiar tradicional. Tal vez las nuevas formas organizativas de la convivencia dejen un día de llamarse familias y encuentren nombres inéditos que las identifiquen con claridad, sin tener que rendir tributo lingüístico a fórmulas ya desaparecidas de relación. Pero por ahora, los hechos cambian más aprisa que los nombres y las leyes.

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