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¿El huevo o la gallina?

EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FABRETTI

Qué fue antes, el huevo o la gallina? Parece una de esas preguntas tontas con las que se suele embromar a los niños, pero para los antiguos griegos fue una paradoja irresoluble, una vertiginosa aporía asomada al abismo sin fondo de una regresión infinita. Y sin embargo la respuesta es obvia, y salta a la vista sin más que sustituir la pregunta por otra equivalente: ¿qué viene antes, la infancia o la madurez? El huevo es la infancia de la gallina, y por tanto es anterior.

Pero el huevo lo pone una gallina, dirán algunos, olvidando que no siempre fue así. La primera gallina salió de un huevo de gallina, obviamente (ya que lo que la gallina llega a ser está latente en el huevo); pero el primer huevo de gallina (o huevo-gallina, si se prefiere, para evitar la ambigüedad de la preposición) no lo puso una gallina. No es un trabalenguas: es la evolución de las especies. La primera gallina salió de un huevo mutante, puesto por un ave que todavía no era una gallina.

Pero para los creacionistas (o partidarios del diseño inteligente, como lo llaman ahora) no es así. Dios creó a la gallina a su imagen y semejanza y le dijo: "Pondrás huevos con dolor". De modo que la antigua paradoja se ha convertido en un sencillo test que permite dividir a los humanos en dos grandes grupos: si preguntamos qué fue antes, el huevo o la gallina, los irracionalistas dirán "la gallina", y los racionalistas, "el huevo" (o, cuando menos, dudarán, que es el primer paso hacia el racionalismo).

La cosa no es para tomársela a broma. Creo que no se le ha concedido la debida importancia al hecho de que el presidente de un país supuestamente civilizado y a la cabeza de la investigación científica mundial apoye públicamente el creacionismo. Que Bush no destaca por su inteligencia preclara es algo que él mismo se encarga de demostrar continuamente; pero no es posible que todos sus asesores sean tan necios como él. Algo tan grave como el cuestionamiento oficial del darwinismo no puede ser una mera torpeza. Es algo mucho peor: es una deliberada apuesta por el irracionalismo.

Y una apuesta muy fuerte, un auténtico órdago contra la razón, como cuando Millán Astray, expresando mejor que nadie la esencia del fascismo, gritó: "¡Muera la inteligencia!, ¡viva la muerte!". Un grito de terror y desesperación (al fin y al cabo, un fascista es un burgués asustado), un graznido de pájaro necrófilo, como dijo Unamuno; porque la razón es la muerte del fascismo, y la muerte es su única razón.

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