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La madre de Ramanujan, el dictado de la diosa y el ateo

CIENCIA SOÑADA // JORGE BARRERO

Nadie diría que Godfrey H. Hardy fuera un hombre preocupado por la estética. Un caballero sin abrigo, con la cabeza descubierta y la ropa mal zurcida violaba todos los cánones en el elegante Londres de principios del siglo XX. Sin embargo, Hardy consagró su vida a una elegancia particular, la de los enunciados y demostraciones matemáticas; aseguraba encontrar en ellos una belleza comparable a la de un cuadro o un poema. Su legado incluye varios teoremas notables. Pero al final de sus días, con humildad infrecuente, aseguró que su mayor descubrimiento había sido Srinivasa Ramanujan.

En 1913, el servicio postal entre India y la metrópoli podía alargarse meses. Srinivasa se armó de paciencia. La carta que enviaba a Hardy era su última opción para lograr una beca en Europa. Uno tras otro, los matemáticos más reputados habían desestimado las ideas de un contable indio de 23 años, incapaz de aprobar el examen de admisión en la universidad de su provincia. Por este motivo, cuando Hardy recibió el manuscrito de Ramanujan, con más de 100 teoremas esbozados o con demostraciones parciales, tuvo que recurrir a todo su sentido estético para distinguir al genio del loco o del impostor: "Tenían que ser ciertos, nadie habría tenido suficiente imaginación para inventarlos. Son más frecuentes los matemáticos eminentes que los ladrones o charlatanes de destreza tan increíble".

Ramanujan era completamente autodidacta, aunque él prefería decir que la diosa de Namakkal, protectora de su familia, le inspiraba las fórmulas en sueños. Por suerte, Hardy rescató a Srinivasa para la ciencia y su relación, un my fair lady casto y numérico, fue una de las más productivas de la historia de las matemáticas.

Destaca el respeto mutuo entre un hindú profundamente religioso y un ateo militante –se refería a Dios como su enemigo personal y forzó cambiar los estatutos de su College para ser eximido de ir a la capilla durante las ceremonias académicas–, aunque los dioses jugaron de su parte. A punto de embarcar hacia Europa, la oposición de su madre y el código de su casta le disuadieron de viajar.

Pero una noche su madre soñó lo siguiente: su hijo hablaba ante unos caballeros europeos que le escuchaban con admiración, entonces Namakkan se dirigía a ella y le pedía que no se interpusiera en el camino de Srinivasa, que le ayudara a lograr su meta. La señora hizo lo que toda buena madre debe hacer, con o sin la aprobación de los dioses, y permitió a su hijo un viaje que cambiaría para siempre su vida y la historia de las matemáticas.

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