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‘Elvis’, la Pelvis (I)

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, en Burgos

Con su gran sentido del humor e imaginación, el paleoantropólogo Ignacio Martínez bautizó con el nombre de Elvis a uno de los fósiles más importantes de los recuperados en el yacimiento de la Sima de los Huesos de la Sierra de Atapuerca. La que hasta ahora sigue siendo la pelvis más completa del registro fósil apareció en 1997 y aportó una información fundamental al conocimiento de la biología de los homínidos. La pelvis es uno de los elementos esqueléticos más interesantes de nuestra especie y de las especies de homínidos que nos han precedido durante los últimos siete millones de años, tras nuestra separación del linaje de los chimpancés. La peculiar forma de nuestra pelvis nos permite caminar erguidos sobre las dos piernas. Es por ello que las investigaciones sobre la mecánica biológica de la pelvis representa uno de los temas más apasionantes de la evolución humana. Además, la morfología de la pelvis condiciona todo el proceso del parto en los mamíferos placentados. Nuestra singularidad como primates bípedos dio lugar a un cambio muy llamativo en la forma de la pelvis y, como consecuencia, en la estrategia del proceso del parto. El hecho de que el registro fósil de los homínidos cuente con muy pocos ejemplares de pelvis fósiles le dio un valor añadido al descubrimiento realizado en la Sima de los Huesos.

La pelvis Elvis perteneció a un homínido masculino. No caben dudas al respecto, puesto que las diferencias morfológicas entre las pelvis masculinas y femeninas son muy evidentes. Las adaptaciones para facilitar el proceso del parto son las responsables de estas diferencias. Entre otras muchas enseñanzas, la pelvis de Atapuerca nos reveló que el cuerpo de las especies de homínidos que nos han precedido tenían, en términos relativos, un cuerpo notablemente más ancho que el de nuestra especie. La anchura de Elvis es casi diez centímetros mayor que la de un hombre actual de 180 centímetros de estatura, la misma que debió alcanzar nuestro homínido de Atapuerca. Con esta anchura corporal, se puede estimar que el peso normal de un ejemplar masculino de Homo heidelbergensis estaría en torno a los 100 kilogramos; es decir, unos 20 kilogramos más de masa muscular que un atleta de Homo sapiens.

Capacitados con una inteligencia operativa muy notable, una fuerte cohesión social, una capacidad de comunicación avanzada y provistos de armas de piedra y madera (como demuestra el hallazgo de lanzas de madera de pino en un yacimiento alemán), los cazadores y recolectores europeos del Pleistoceno medio debieron de ser temibles predadores. La fuerza y la inteligencia se combinaron de manera eficaz en esta especie, que sobrevivió en Europa durante medio millón de años en las duras condiciones de alternancia climática entre interminables periodos glaciales e interglaciales.

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