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Elemental, querido Watson

EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FRABETTI

El nuevo exabrupto (no es el primero y presumiblemente no será el último) del presunto descubridor de la estructura del ADN ha causado una auténtica conmoción mediática (es de suponer que eso era precisamente lo que buscaba James Watson: publicidad gratuita para su último libro); pero, como de costumbre, los medios han omitido lo más importante. Y lo más importante en este caso, y por varias razones, es que Watson y Crick no fueron los verdaderos descubridores de la estructura del ADN: le robaron su trabajo (y las fotografías de difracción en que basaron la construcción de su doble hélice) a Rosalind Franklin, una esforzada investigadora del King’s College que, por el mero hecho de no pertenecer al género dominante (¿cómo iba a ser una mujer la protagonista del más importante descubrimiento biológico del siglo XX?), fue víctima de los mismos prejuicios sexistas que, medio siglo después, sigue aireando su ilustre depredador (seguramente agradecido a esos prejuicios que le permitieron hacerse rico y famoso a costa de una mujer). La historia de la foto 51 de Rosalind Franklin está al alcance de quien quiera conocerla, pero casi nadie habla de ella; el sexismo y el colegueo están lejos de haber sido desterrados del establishment científico.

El dato es importante por varias razones, sobre todo porque nos da la medida intelectual y moral de Watson, un curtido impostor que ha sabido sacarle buen provecho a sus abusos, mixtificaciones y medias verdades. Medias verdades que, en boca de un científico famoso, son extremadamente nocivas, mucho más que las mentiras, más fáciles de desmontar. Porque es cierto, por ejemplo, que los negros africanos suelen obtener peores resultados en los tests de inteligencia; lo que no dice Watson es que esos tests han sido diseñados por y para los blancos occidentales, y remiten, por tanto, a su contexto cultural; si los tests los diseñaran los bosquimanos o los esquimales, seguramente los cultivados ciudadanos de los países desarrollados no obtendríamos puntuaciones muy halagüeñas. Alguien dijo que el ajedrez desarrolla la inteligencia para jugar al ajedrez; lo mismo cabe decir de los tests: miden la inteligencia necesaria para resolver esos tests. Elemental, querido Watson.

Por cierto, Sherlock Holmes jamás dijo su frase más famosa: en ninguno de los relatos de Conan Doyle aparece la paternalista apostilla. Porque seguramente el comedido doctor Watson nunca dijo ni hizo barbaridades tan grandes como las de su tocayo.

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