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El pensamiento fuerte

EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FRABETTI*

*Escritor y matemático

Quienes creyeron –o fingieron creer– que entre Darwin, Marx y Freud lo habían explicado todo, se merecían el vapuleo antidogmático de los mal llamados postmodernos (puesto que de "post" tienen muy poco: "Tardomodernos" sería más adecuado, o "neodecadentes"). Pero, en su afán relativizador, los cazadores de dogmas acabaron mordiéndose la cola y, en última instancia, autodevorándose, como la consabida sentencia: "Todas las reglas tienen excepciones" (puesto que dicha afirmación es una regla, también tendrá excepciones y habrá, pues, reglas sin excepciones; por lo tanto, si la afirmación es cierta, entonces es falsa). Si todo es relativo, también lo es el relativismo, luego no todo es relativo...

Una de las más conocidas manifestaciones de la Weltanschauung tardomoderna es el pensamiento débil propugnado por el filósofo italiano Gianni Vattimo. La fórmula es atractiva, pues apela a nuestra tendencia a ponernos al lado del débil frente al fuerte, al que, mediante una metonimia casi automática, identificamos con la prepotencia y la agresión. Pero no hay que confundir la fuerza, que es la capacidad de mover o modificar algo, con el abuso de dicha capacidad. De hecho, el pensamiento más fuerte en sentido literal –el más operativo– del que disponemos es el pensamiento científico, que es a la vez el menos dogmático.

La ciencia no pretende enunciar verdades absolutas y definitivas, sino solo conclusiones provisionales; nos propone modelos parciales continuamente sometidos a revisión, y en ello reside su enorme fuerza transformadora. Nada que ver con las teorías sociopolíticas o psicológicas que pretenden explicarlo todo a partir de unos cuantos principios generales, teorías que los tardomodernos y los relativistas culturales han criticado con sobrada razón.

Con razón, pero cayendo a menudo en el error contrario: como no es posible explicarlo todo, no se puede explicar nada; como intentan imponernos formas de pensar rígidas y coercitivas, no hay que aceptar ninguna disciplina mental. Al igual que los surrealistas (también ellos hijos pródigos de Marx y de Freud), algunos tardomodernos pretenden librarse de todas las ataduras, de todas las reglas; pero, al contrario que los surrealistas, no quieren admitir que eso solo es posible en el inaprensible mundo de los sueños, en un paraíso trivial y regresivo en el que el pensamiento confunde la independencia con la incontinencia y, para sentirse más libre, acaba aleteando en el vacío, como la paloma de Kant.

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