La ciencia es la única noticia

Un buen puchero

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de física atómica molecular y nuclear en la universidad de Sevilla

Una de las mayores fascinaciones de la historia de la ciencia es la simplicidad de los experimentos más sublimes que la jalonan. Arquímedes, con una sencilla balanza, formuló un principio universal de uso aún corriente: el de la hidrostática. Con máquinas basadas en observaciones tan simples como el efecto de los espejos, las poleas, las palancas y los tornos, Arquímedes mantuvo a raya a la poderosa flota romana durante casi tres años de asedio a Siracusa.

Eratóstenes, haciendo medir con pasos, cuerdas y vueltas de rueda de carro, la distancia entre Asuán y Alejandría a los esclavos de sus amigos los jefes de las caravanas del Nilo, calculó la circunferencia de la Tierra. Con unas bolas de madera y plomo, lanzadas desde la torre de Pisa primero y por el borde de un tablón a modo de plano inclinado después, Galileo hizo añicos dos mil años de creencia aristotélica y puso las bases del método científico.

Con un juguete que en las ferias holandesas se ofrecía para solaz de los niños, llamado telescopio, el propio toscano descubrió las fases de Venus, los satélites de Júpiter y un sin fin de cosas más. Newton, con otro entretenimiento llamado prisma, puso de manifiesto la naturaleza ondulatoria de la luz. Harvey, sin artilugios sino con torniquetes y presionando con los dedos, demostró el papel de venas y arterias así como el sentido de la circulación mayor de la sangre.

Este maravilloso desfile, que podría ser interminable, lo concluimos con el experimento más elegante de los muchos que hizo el insigne Pasteur: un buen puchero con todos sus avíos. En un extraño y bonito matraz conectado al exterior por un tubo en forma de S tumbada o cuello de cisne abatido, puso a hervir con agua, carnes, vegetales, especias y demás. Los microorganismos morirían a aquella temperatura y la forma del tubo impediría que entraran los del exterior. Aún se puede ver en París el recipiente tal como lo dejó Pasteur y no se percibe en su interior nada vivo ni putrefacto. De golpe demostró la insensatez de la generación espontánea de la vida, tal como se creía desde Aristóteles, a la vez que nos dejaba un método magnífico para la conservación de los alimentos: la pasteurización. A los científicos antiguos bien se les puede aplicar la frase de que jamás tan pocos hombres con tan pocos medios consiguieron tanto.

El lector que me sigue sabe de mi entusiasmo por el experimento del LHC, o Gran Colisionador de Hadrones. Supone miles de millones de euros invertidos y miles de científicos involucrados. El perseguido y ya familiar bosón de Higgs puede que no aparezca cuando se arreglen los fallos iniciales que han tenido lugar en el portentoso acelerador. Asustado me tiene que llegue el momento que digan que nunca tantos hombres con tantos medios consiguieron tan poco.

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