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La mezquina alquimia

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de física atómica molecular y nuclear en la universidad de Sevilla

La alquimia se considera una actividad esotérica típica de la Edad Media. Es una simplificación, porque la manipulación de la materia con fuego venía de lo más profundo de una de las culturas más longevas de la historia de la humanidad, la egipcia, y además no siempre fue oculta, sino que a menudo estuvo financiada por los reyes y gozaba de prestigio social.

Los dos objetivos fundamentales que perseguían los alquimistas eran la transformación de metales innobles en oro y la prolongación indefinida de la vida. Eran dos objetivos mezquinos, porque lo que trataban de conseguir no era crear riqueza, sino hacerse ricos; y no buscaban la manera de atacar las enfermedades, sino sintetizar el elixir que los hiciera eternos a ellos o a quien bien les pagara. Nunca me han caído bien los alquimistas, porque además el método que usaban era un desastre: empirismo paciente alentado por la mística. La prueba más clara de la inutilidad de la alquimia la dio el mismísimo Newton. Fue más alquimista que científico, porque, de hecho, pasó más tiempo entre hornos y retortas que experimentando y dilucidando leyes físicas; el peso de los inextricables manuscritos alquímicos que dejó es mucho mayor que el de sus escritos científicos. Con la física llegó a cumbres que suponen varias de las mayores conquistas del cerebro humano. Con la alquimia no consiguió absolutamente nada.

Donde se reflejaba mejor la mezquindad de la alquimia era en el uso de un lenguaje tan críptico que se podía considerar secreto. Los alquimistas no lo hacían por cuestiones de seguridad, como se ha sostenido en ocasiones, ni de defensa corporativa entre ellos, sino más bien para recordar sus métodos y hallazgos evitando que nadie pudiera acceder a ellos. La lección de la ciencia al arrollar todo aquel mezquino esoterismo fue portentosa. No sólo el método basado en la experimentación venció al empirismo; no sólo la curiosidad y el afán de saber por saber triunfaron sobre las ambiciones desmedidas; lo que hizo fluir la ciencia fue el río del conocimiento compartido, la apertura de los hallazgos a todo el mundo, la oportunidad que brindaba la publicación abierta a que cualquiera pudiera repetir los experimentos siguiendo los procedimientos detallados.

La ciencia no logró la vida eterna de científicos, ricos y reyes, pero sí triplicar la esperanza de vida de la población. Consiguió obtener oro a partir de metales innobles, aunque a un precio exorbitante, pero además aumentó hasta cotas impresionantes la riqueza de la humanidad. ¿Por qué habrá todavía quienes se interesan en las llamadas ciencias ocultas y mamarrachadas de ese estilo si a la reina de todas ellas, la alquimia, la ha machacado la fascinante ciencia?

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