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La telaraña fósil

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física Atómica Molecular y Nuclear en la Universidad de Sevilla

Un mapa inquietante de Europa es el que resalta los gasoductos y oleoductos. Hay ediciones que muestran también las rutas de los barcos petroleros desde los países productores hasta los puertos donde se ubican grandes refinerías. Si se observa detenidamente uno de estos mapas, la inquietud se torna en escalofrío al pensar que quien domina esa red, domina Europa. Además, lo dejó dicho claramente un personaje tan siniestro como Henry Kissinger: "Controla el petróleo y controlas las naciones; controla los alimentos y controlas los pueblos".

La telaraña de combustibles fósiles en que está atrapada Europa, con España en algunos de sus arrabales, parte de muchas zonas, pero las que destacan son Rusia, Oriente Medio, Argelia y América. Si uno le pone cara a los mandatarios de algunos de los países donde se inicia la red y por los que pasan esos gasoductos el repeluco se acentúa: pueden chantajear a Europa, como en un par de ocasiones, que sepamos, ya han hecho, amenazando con cerrar grifos y válvulas. Eso a las bravas, porque lo fino es afianzar el dominio comprando lo que sea necesario en plan Putin con su Gazprom. ¿Pero puede ser Europa independiente y soberana energéticamente? Sólo tiene dos vías realistas: basar su bienestar y desarrollo en un consumo mínimo de energía o relanzar la nuclear. De manera extrema y jocosa, se puede uno imaginar la meta de la primera vía como una grandiosa comunidad amish donde coexistan los teléfonos móviles con la fabricación casera de pan y mermeladas; el desplazamiento a caballo y en trenes de alta velocidad; la renuncia a los electrodomésticos y la vuelta al trabajo hogareño de uno de los cónyuges; y con vaquerías, huertos y gallineros por doquier. Divertido sería, pero creo que la aspiración del europeo medio no va por ahí. El otro extremo sería basar toda energía en la nuclear. Raro no es, y a Francia nos remitimos, donde casi toda su electricidad la proporcionan más de cincuenta reactores nucleares, pero no parece que la mayoría de los gobernantes esté por esa alternativa.

Lo lógico es ir graduando nuestra marcha hacia la independencia con pasos más firmes y serios de los que se dan hasta ahora. Instalar diez millones de metros cuadrados de helióstatos y paneles fotovoltaicos, como ha hecho Alemania, para producir a precio de oro el 0,5% de la electricidad consumida en un año no es el camino. Erizar los paisajes con molinos de viento alivia poco el problema. Inflar, como ya se ha empezado a hacer, la burbuja económica de las renovables sólo nos conducirá a su estallido. O afrontamos el ahorro, la investigación en la energía solar y el desarrollo de la nuclear con prudencia y sin prejuicios, o renunciamos a dejar a las generaciones futuras una ciencia con su tecnología, la nuclear, que harán a Europa más libre y soberana.

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