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Trepar a los hombros

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO

* Profesor de investigación del CSIC

Agradezco mucho los ánimos de esos amigos lectores que aseguran aún puedo hacer ciencia a mi edad. No se preocupen, lo intento a diario (es mi trabajo) y a veces incluso me sale. Por otro lado, estudios como el de Benjamin Jones, que mencionaba el otro día, ofrecen resultados probabilísticos, no indican que desaparezca la capacidad de conseguir grandes innovaciones a determinada edad, sino que es mucho más probable lograrlo a otras. Y eso plantea un curioso dilema.

Se ha dicho hasta la saciedad, también en estas páginas, que la ciencia es un proceso acumulativo. Construimos sobre lo que han levantado otros. Es habitual recurrir a la afirmación, varios siglos anterior a Newton pero que él hizo célebre, según la cual si veía muy lejos era porque estaba subido en los hombros de gigantes. Se refería, evidentemente, al conocimiento acumulado de todos los que habían trabajado antes que él. El problema, hoy, es que esos gigantes son cada vez más altos, y un aprendiz de científico debe gastar mucho tiempo y energía para trepar hasta sus hombros.

No sé si es cierto, ni tampoco cómo puede estimarse, pero he leído en algún sitio que, actualmente, el conocimiento científico se duplica, aproximadamente, cada quince años. El periodo de formación de un científico, por tanto, resulta cada vez más arduo y por ello, se supone, debe prolongarse más tiempo. El propio Benjamin Jones lo ha comprobado. Si a comienzos del siglo XX el pico en el potencial para producir grandes innovaciones se alcanzaba alrededor de los 30 años de edad, un siglo después se consigue alrededor de los 40. Tal vez ocurra, pueden argüir, que la mayor calidad de vida haga que todos los procesos biológicos se retrasen: dependemos de los padres más tiempo, tenemos hijos siendo más mayores, innovamos más tarde, vivimos más. Todo eso es cierto, mas algo no se ha retrasado: la probabilidad de hacer un gran descubrimiento a partir de los 40 años no es hoy mayor que antes. ¿Qué quiere decir ello? Simplemente, que la horquilla se está cerrando. Desde que se alcanzan los hombros del gigante y se empieza a mirar, hasta que uno comienza a ver peor porque la vista cansada desdibuja los contornos, cada vez pasa menos tiempo.

No me negarán que el asunto provoca una difusa incomodidad. ¿Llegará un día en que se junten la cabecita y la cola, como en las pescadillas, y haya que escoger entre dedicar la vida a aprender o a descubrir? La conciencia de que nos falta mucho por aprender puede limitar psicológicamente nuestra capacidad para hacer investigación propia.

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