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Atrévete a saber

EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FRABETTI

* Escritor y matemático

En su Epístola II, Horacio exhorta a su amigo Lolio a abrazar la sabiduría: Sapere aude, le dice, atrévete a saber. La máxima se difundió con la revolución humanista del Renacimiento, y en el siglo XVII Tomás Tamayo de Vargas tradujo la Epístola II al castellano: "La mitad tiene hecha aquel que empieza: atrévete a saber: da el primer paso...". Pero fue Kant quien impuso definitivamente la consigna horaciana como lema de la Ilustración. En 1784, cinco años antes de la Revolución Francesa, escribió: "La Ilustración es el proceso por el cual el ser humano supera su inmadurez, de la que él mismo era culpable. La inmadurez es la incapacidad de utilizar el propio entendimiento sin la tutela de otro. Y uno mismo es culpable de dicha inmadurez cuando su causa no estriba en un fallo del entendimiento, sino en la falta de determinación y valor para utilizarlo. Independízate. Sapere aude. Esta es la divisa de la Ilustración".

A raíz de los estudios de Erich Fromm sobre la psicología del fascismo, el miedo a la libertad se ha convertido en un tópico del discurso sociológico; sin embargo, no se suele hablar del miedo al conocimiento, a pesar de que casi siempre acompaña al anterior. Pues si la cultura nos hace libres, como dice Martí, es inevitable que el miedo a la verdadera libertad se traduzca en miedo a la verdadera cultura, que no consiste en la mera acumulación de datos, sino en ese saber que solo se obtiene utilizando el entendimiento con valor y determinación. La paradójica vigencia de la religión y el auge del esoterismo en nuestra época supuestamente racionalista serían difíciles de explicar sin un generalizado miedo al conocimiento libre y liberador, al saber obtenido mediante el ejercicio no tutelado de la razón.

El poder transformador de la ciencia estriba, en buena medida, en el hecho de que su propia metodología la protege de cualquier intento de tutela ideológica y la inmuniza casi por completo contra el miedo al conocimiento. No es casual que la mayoría de los científicos sean ateos y progresistas (aunque sería tendencioso intentar establecer una relación causal o ignorar las numerosas excepciones). En cualquier caso, la instrucción científica y filosófica de los niños y los jóvenes debería ser una prioridad de todo sistema educativo cuya finalidad fuera formar ciudadanos libres y responsables. Pero, por desgracia, no parece ser esa la tendencia dominante, y en el denominado Plan Bolonia no hay mucho sitio para Kant, ni para Horacio, ni para Martí...

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