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Galgos, podencos y clima

Ventana de otros ojos// Miguel Delibes de Castro

* Profesor de Investigación del CSIC 

En la conocida fábula, dos conejos debaten sobre si sus perseguidores son galgos o podencos. Al no ponerse de acuerdo, dan tiempo a los canes para hacerse con ellos. Hoy día discutimos encarnizadamente tantas cosas con respuestas evidentes - ¿desaparece la familia?, ¿evolucionan las especies?, ¿fue proporcionada la respuesta de Israel a los cohetes de Hamás?- que Iriarte debería introducir, cuando menos, un tercer lagomorfo preguntándose, cándida o malintencionadamente: "¿Seguro que nos persiguen? Se oyen ladridos, y cada vez más cerca, pero ¿serán perros o una grabación magnetofónica?". Entiéndaseme bien; dudar y discutir son prácticas muy recomendables, y jamás negaré la conveniencia de someter a debate cualquier asunto. Sólo sugiero que, ante algunos problemas, prolongar la conversación es retrasar la toma de medidas, y por tanto negativo. El cambio global es un caso paradigmático.

A la profesora Katherine Richardson, de la Universidad de Copenhague, le han encargado oficialmente que explique al gobierno danés la situación real del planeta y el clima. Ella les dice: "Estamos peor de lo que parece; el calentamiento, la acidificación del mar, la destrucción de los arrecifes coralinos, están acelerándose y por encima de las cifras que manejáis". Los políticos, lógicamente, protestan: "Bastante hacemos con creernos los datos de consenso del IPCC, el Panel Intergubernamental; otros no admiten que exista un problema". Y Richardson reargumenta, con lógica aplastante: "La mejor virtud del IPCC es que cimienta sus informes en el consenso entre científicos; su principal defecto es que conseguir ese consenso requiere tiempo, y por tanto sus conclusiones siempre van por detrás de los últimos datos".

Kevin Anderson y Alice Bows (en las Philosophical Transactions of the Royal Society, serie A) han reconsiderado a la luz de las emisiones posteriores al año 2000 los objetivos del Protocolo de Kioto y otras propuestas internacionales. Sus conclusiones son descorazonadoras. Las emisiones de CO2 en los últimos años son muy superiores a lo previsto, de manera que ya resulta del todo imposible alcanzar el objetivo político de limitar la concentración durante el presente siglo a 450 partes por millón (ppm). Dicha concentración se asocia a un aumento de la temperatura media de 2ºC, que se tiene por la máxima asumible. Según los autores citados, habrá que hacer un esfuerzo enorme, empezando ya mismo, para que la concentración de CO2 en la atmósfera no supere en el siglo XXI las 650 ppm, traducible en un aumento de temperatura de al menos 4ºC. Las consecuencias pueden ser catastróficas.

En definitiva, mientras algunos no admiten que exista el problema, los que sí lo hacen tardan mucho tiempo -como los conejos de la fábula- en alcanzar acuerdos. Tanto, que antes de ponerlos en práctica ya han quedado obsoletos.

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