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Fiebre

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO

El Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, acaba de aprovechar la presencia en Nueva York de numerosos líderes mundiales para lanzar un dramático llamamiento en pro de la lucha contra el cambio climático. Anunció efectos devastadores de no poner remedio, añadiendo: "Sabemos lo suficiente y tenemos tecnología para afrontar el problema, pero nos falta tiempo". En esta ocasión, y ya supone una novedad, ni un solo dirigente internacional ha negado la gravedad del asunto. Pero también, curiosamente, todos parecían conocer la solución y estar dispuestos a aplicarla. Se diría que, para ellos, los culpables son otros –o nosotros mismos, quizás, pero antes de ahora– y las cosas se arreglarán en cuanto consigamos ponernos de acuerdo. Como Saulo caído del caballo, han visto la luz. No está mal. Son pasos adelante. Incluso es positivo que, los que pueden hacerlo, crean que tienen algo que hacer. Pero, al mismo tiempo, ese conjunto de mensajes suena poco sincero o, lo que tal vez sería peor, un tanto ingenuo. Es en exceso optimista y trasluce una confianza injustificada en la eficacia de nuestra inventiva.

Hablando con mi padre sobre lo que después sería nuestro libro La Tierra herida, me hizo ver que, en su opinión, el cambio climático no era sino la fiebre de un planeta enfermo. Es mejor que una metáfora. Por el momento, no podemos frenar el calentamiento del mundo, no sabemos atajar la fiebre, y eso, por sí solo, ya es un enorme problema. Pero aunque descubriéramos un antipirético eficaz (para unos, tal vez, la energía nuclear, para otros, las energías limpias) y consiguiéramos aliviar el síntoma, la enfermedad seguiría existiendo. Los pescadores africanos se echan al mar en pateras porque no encuentran peces en sus caladeros. Falta agua dulce porque cada vez somos más y consumimos más. Decenas de especies desaparecen cada día y nunca volverán, aunque el clima no cambie. Destruimos la selva para plantar soja porque necesitamos alimento para el ganado o, últimamente, para producir biodiésel. Aumentan las alergias y los problemas respiratorios porque contaminamos demasiado. Es cierto que todos esos males son aun peores en un mundo que se calienta, pero no dejarán de existir porque evitemos el calentamiento. Atajar de veras el problema de un planeta exhausto requiere bastante más que buenos deseos y confianza en los remedios tecnológicos.

Tal vez llegue un día en que, como consecuencia de un gran apagón, por ejemplo, un responsable político no acuse a los otros, o a la compañía eléctrica de turno, del desaguisado, sino que nos conmine a los ciudadanos a gastar menos energía. Como actitud ante los problemas ambientales, sonaría más realista y responsable. Pero seguramente ese político perdería las siguientes elecciones.

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