La ciencia es la única noticia

Seres de letras

EL TRANSBORDADOR // JUAN J. GÓMEZ

A mi amigo Mario le ha dejado su pareja, así que, como es lógico, la otra noche nos fuimos a un club a escuchar jazz y a beber unos whiskys. Después de la segunda copa y el tercer "son todas iguales" —o quizá fue tras el segundo "son todas iguales" de la tercera copa— se animó a preguntarme algo que empieza a resultar habitual: "¿Y a ti por qué te ha dado por eso [de la comunicación de la ciencia], hip?".

A Mario le ocurre lo que a todos, le gusta que le cuenten que todas las formas de vida en la Tierra descienden de un único antepasado común, cómo fue aquello del meteorito que acabó con los dinosaurios, o incluso que le den un susto estadístico a propósito de la sexta extinción. Le interesan, en definitiva, esas curiosidades que reducen el conocimiento científico a un comodín para jugar al Trivial, un recuerdo del Petete, una colección de curiosidades pseudoinútiles. Por eso es normal que me pregunte por qué me dedico "a eso". Pero si hay en la pregunta algo equivocado, no es su culpa.

Mario, el que firma, nuestra generación al completo y muchas próximas, aprendimos algunas cosas en el colegio y en el instituto, pero en general olvidaron enseñarnos para qué servían. Estaba ya en la facultad de Periodismo, en la cafetería de la universidad, muy probablemente, cuando descubrí que las matemáticas que mal aprendimos entre la EGB y el COU —cómo no iba a acordarme de los dinosaurios— no pretendían enseñarnos matemáticas, sino ofrecernos otra manera de comprender el mundo; lo mismo que la filosofía, que la poesía, que el inglés. Pero este descubrimiento llegó, quizá, algo tarde. La profesión de periodista nos confirma en general como seres de letras, y puras, muy puras, con licencia para descartar cualquier forma de entendimiento de la realidad que provenga, por ejemplo, de la física o de la biología. El impacto de esta carencia sobre las ideas es como el del meteorito aquél sobre los dinosaurios, devastador. Y así hemos llegado hasta aquí: "¿Y a ti por qué te ha dado por eso, hip?".

Podría haberle respondido a Mario que en realidad nunca es demasiado tarde, que no hay mejor lugar que el de la ciencia para seguir aprendiendo siempre, que los avances científicos son la única verdadera noticia. Pero dadas las circunstancias, preferí contestarle nada más que, entre muchas otras cosas, la ciencia nos enseña que no hay en el mundo dos mujeres iguales, y que a los que piensan así, al final sólo les aguantan los amigos. Abrían ya las cafeterías, nos despedíamos con el penúltimo abrazo de la madrugada, cuando Mario me aseguró que en adelante echaría al menos una ojeada a las páginas que acompañan a esta columna, aunque no sonó muy convincente.

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