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El poder de los transgénicos

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO

*Profesor de Investigación del CSIC

Acabo de ver en televisión una playa del sur cubierta de pepinos descargados desde tractores, mientras en el norte los agricultores regalaban toneladas de brócolis a los ganaderos para nutrir con ellos a las vacas. Producimos alimentos que nadie quiere o, al menos, por los que nadie está dispuesto a pagar lo que cuesta generarlos. Me ha venido a la mente un debate en Madrid, organizado por el CSIC, sobre los recursos transgénicos, pues el argumento principal de sus defensores era que la humanidad necesita esos productos para comer. "Hay algún riesgo inherente a los transgénicos", admitían, "como lo hay en todas las cosas, pero ¿acaso preferís que la gente muera de hambre?".

No me asustan los transgénicos. Al menos, no me asustan más que las mutaciones al azar o las producidas ciegamente por los humanos en el pasado, cuando han intentado (por ejemplo, con radiaciones) obtener nuevas variedades para aumentar el rendimiento de las cosechas. Requerimos prudencia en su uso, ciertamente, pero creo que existe. En el fondo, sin embargo, no sé si lo urgente es producir más o distribuir mejor lo que producimos. ¿De verás disminuirán los hambrientos del mundo con nuevos cultivares? Ojalá sí, aunque mucho me temo que, principalmente, servirán para que unos pocos adinerados se enriquezcan todavía más. Y me preocupa otra cosa. Modificando genéticamente los vegetales cultivados producimos variedades capaces de medrar, hasta ser rentables, en suelos o ambientes antes improductivos. ¿Se deforestaría al mismo ritmo infernal la Amazonía de no existir la soja transgénica? Alterando los usos del suelo (cultivándolo más) empobrecemos la biodiversidad e incrementamos de forma muy significativa la emisión de gases de efecto invernadero.

En otras palabras, mi problema no es tanto el transgénico en sí, como el poder de esa herramienta. Tengo muchos y buenos amigos que investigan sobre transgénicos. Comparto con ellos la pasión por el conocimiento y el deseo de que éste sirva para mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Pero alcanzo a percibir que los objetivos de nuestros esfuerzos son, en gran medida, antagónicos. Ellos trabajan para conseguir incrementar la producción, mientras los biólogos conservacionistas aspiramos a que se estabilice o disminuya, en tanto se distribuye mejor. El conocimiento de todos aumenta cada día, lo que es muy positivo, pero tal vez lo que tejemos unos durante el día lo destejen otros por la noche, o al revés, con el dinero de todos.

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