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Adaptación

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO

* Profesor de investigación del CSIC

Hasta avanzado el siglo XIX muchos naturalistas pensaban que los seres vivos estaban perfectamente diseñados por un creador de acuerdo con un fin. Dios habría dotado de un buen abrigo de piel a los osos polares y los habría colocado en el Ártico, donde aquella capa aislante les hacía falta. En Cándido, a través de su personaje Pangloss, Voltaire se mofó de esta tendencia a imaginar el mundo pensado como el mejor de los posibles. Pangloss festejaba, por ejemplo, el acierto del creador colocando la nariz entre los ojos, pues suponía que al hacerlo había considerado la necesidad de apoyar las gafas en algún sitio. Algunos biólogos han llamado panglossianismo a esta interpretación eminentemente dirigida y utilitaria, adaptacionista, de la naturaleza.

Con la teoría de la evolución por selección natural se aclaró en gran medida el misterio de por qué animales y plantas estaban adaptados a su entorno. Pero no se resolvió. Los evolucionistas discuten hoy los límites estructurales de la adaptación, la existencia de genes neutrales, las herencias filogenéticas que carecen de utilidad, las asociaciones entre caracteres aparentemente independientes, los compromisos entre demandas selectivas opuestas...

Un artículo muy famoso, ya un tanto antiguo, de Gould y Lewontin advertía contra el "programa adaptacionista" reconocible en muchos escritos. Es necesario separar, argumentaban, los conceptos de selección y adaptación, no siempre aparejados y, por supuesto, no cabe fraccionar un organismo en sus componentes y buscarle a cada uno de éstos una utilidad. Existen biólogos evolutivos, incluso, que evitan hablar de adaptación, porque en su opinión resulta confuso.

Pero también en este caso quedarse corto puede ser tan peligroso como pasarse. Si negamos que el ojo de los vertebrados haya evolucionado durante largo tiempo para captar la luz, formar imágenes y transmitirlas al cerebro, nos resultara muy difícil, si no imposible, explicar la evolución del ojo. No cabe imaginar unas mutaciones azarosas que hayan producido de golpe un ojo completo y funcional. Y lo mismo podríamos decir de la cola del pavo real.

Darwin entendió que, así como los criadores humanos seleccionaban las formas de las palomas, las hembras podrían seleccionar los atributos de los machos. Lo llamó selección sexual. Durante muchas generaciones las pavas han seleccionado como padres de sus polluelos a los machos con cola más larga y brillante, y el resultado es la bella y exagerada estructura que conocemos. No es disparatado afirmar que la cola del pavo real macho es como es para gustar a las hembras.

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