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Campanella: entre la magia y la ciencia

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

Catedrático de Física atómica, molecular y nuclear en la Universidad de Sevilla

Como ejemplo de transición entre la pseudociencia y la ciencia se suele poner a Newton. No se sabe a qué actividad, la ciencia o la alquimia, dedicó el genio más esfuerzo y tiempo. El hecho es que buena parte del devenir de la ciencia moderna se debe a que Newton alcanzó cotas inimaginables con la física y con el esoterismo alquímico no consiguió absolutamente nada. Sin embargo, sostengo que Campanella fue un caso mucho más paradigmático de dicha transición y no por acciones, obra o méritos propios, sino por cómo reaccionó la sociedad ante la disyuntiva que él mejor que nadie planteó entre magia y ciencia.

Giandomenico (después Tommaso) Campanella fue dominico, orden que regía la Santa Inquisición. Estudió lo que pudo en su época y circunstancias, o sea, aristotelismo, pero lo hizo desde todos los puntos de vista incluidos el árabe y el de los que lo denostaban. Se unió pronto a estos y en consecuencia apoyó a Galileo. También siguió muchos preceptos de los magos más célebres de la época y, en política, animó a los conspiradores contra el dominio español de su Calabria natal. Todo lo hizo ardiente e independientemente, por lo que fue realmente un espíritu libre. Eso le llevó, naturalmente, a la tortura, la prisión y a formular muchas majaderías. En los veintisiete años que estuvo encerrado tuvo tiempo de idear sistemas políticos (comunismo universal sin dinero ni familias y regido por el Sumo Pontífice), doctrinas filosóficas (empirismo mágico que descifra la naturaleza por las sensaciones) e incluso se podría decir que puso las bases de la ciencia ficción con su obra La ciudad del Sol. Piénsese que estamos hablando de un periodo que comprende el año 1600, que fue cuando quemaron a Giordano Bruno después de sufrir ocho años de tortura. Campanella había nacido en 1568 y murió en París en 1639. Y aquí viene la segunda parte de esta historia, porque a diferencia del otro infausto dominico, Bruno, Campanella acabó sus días en la capital de Francia reverenciado y encumbrado por el mismísimo cardenal Richelieu.

Dicen los estudiosos que Descartes y después nada menos que Kant hunden sus primeras raíces en el pensamiento de Campanella, y que fue el brillo de aquellos lo que ocultó para la historia los logros de este. No seré yo quien los contradiga, pero sí es de resaltar que la sociedad, o sea, los nobles, ilustrados y ricos de aquella Europa, que se sentía tan fascinada por la magia como por la ciencia, terminó aceptando e imponiendo esta última a pesar de los pesares. O sea, de la Iglesia que tanto la odiaba.

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