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El pelo de la princesa

EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FRABETTI

* Escritor y matemático

Sin salir del socorrido tema de las bodas principescas, he aquí una historia no menos bella y edificante que la de la infeliz Lilavati (ver la última columna de Manuel Lozano Leyva), y además con moraleja:

Había una vez una princesa de largos y dorados cabellos que se los hacía contar diariamente por sus doncellas, alarmada al observar que cada día se quedaban no pocos enredados en su peine de plata. Para tranquilidad de la princesa, la cuenta se mantenía siempre alrededor de los ciento cincuenta mil cabellos, pese a que se le caían unos cincuenta diarios, por lo que no parecía probable que fuera a perder su dorado atributo.

Llegado el momento de tomar esposo, la princesa declaró que solo se casaría con quien adivinara la longitud de su cabellera. Eran datos sobradamente conocidos el número de sus cabellos y los que perdía diariamente, así como el hecho de que nunca se los cortaba, ya que la augusta melena era uno de los temas de conversación más frecuentes en palacio. Así que el matemático y astrónomo real, que la amaba en silencio, se presentó ante la princesa (que para confundir a sus pretendientes se recogía el pelo en un enorme moño cubierto por una aparatosa corona) y le dijo:

"Si tenéis ciento cincuenta mil cabellos y se os caen cincuenta diarios, dentro de tres mil días habrán caído todos los que hoy adornan vuestra regia cabeza; aunque, naturalmente, para entonces tendréis otros ciento cincuenta mil, que os habrán ido saliendo al mismo ritmo que se os caen, puesto que la diaria cuenta de vuestras meticulosas doncellas demuestra que el número de vuestros cabellos permanece constante. Lógicamente, los últimos en caer serán los que hoy mismo os han salido, lo que equivale a decir que la vida media de un cabello es de tres mil días. Puesto que el cabello humano (incluso el principesco) crece a razón de un centímetro al mes y tres mil días son cien meses, vuestra cabellera debe medir en su punto de máxima longitud aproximadamente un metro".

La princesa se casó con el matemático y astrónomo, que, acostumbrado a contar las estrellas, pasó a ocuparse personalmente del cómputo de los cabellos, uniendo al rigor del científico la solicitud del enamorado.
Moraleja: nunca desafíes a un italiano a un duelo de bellas historias verídicas; si no encuentra una mejor que la tuya, se la inventa.

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