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Dolencias del pasado (I)

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, Burgos

Aunque parezca una tarea muy complicada, los especialistas en el ámbito de la llamada paleopatología son capaces de diagnosticar las enfermedades que padecieron nuestros ancestros hace miles de años. De la inmensa mayoría de las especies de nuestro linaje evolutivo sólo nos queda un puñado de fósiles. Muy poca cosa para estudiar sus enfermedades. Por supuesto, ahora ya se puede extraer ADN de los fósiles más recientes, como los  de los neandertales, que nos puede dar una información impensable hace unos años sobre muchos aspectos de su biología, incluidas posibles enfermedades. Pero esto no se puede hacer en todos los casos y prefiero centrarme en lo mucho o poco que nos pueden contar los huesos fosilizados.
Antes de nada, es necesario tener en cuenta una aspecto esencial de estas investigaciones. En el Plioceno y Pleistoceno, la probabilidad de alcanzar la edad reproductora era sensiblemente más baja que en la actualidad. Además de los problemas obstétricos, accidentes, etc., cualquier variación genética inapropiada podía causar la muerte antes de alcanzar esa edad. En definitiva, sólo podían aspirar a tener descendencia los individuos muy sanos, con una dotación genética óptima. Es por ello que, aunque fuera factible, en australopitecos, parántropos, o cualquiera de la especie del género Homo, nunca podríamos detectar enfermedades como la hemofilia, diabetes o cardiopatías congénitas, trisomía 21, etc. Sencillamente, un individuo portador de los genes o anomalías cromosómicas que provocan estas enfermedades no podría sobrevivir ni tan siquiera unos meses. Sus fósiles nunca llegarían a nosotros.
Por otro lado, los estudiosos de las patologías del pasado no pueden contar con los tejidos blandos, que se reciclan a gran velocidad. Las secuelas que suelen quedar en estos tejidos permiten a los forenses diagnosticar las causas de la muerte de un individuo. Pero los huesos también registran esas secuelas. Es el caso de enfermedades como la sífilis, tuberculosis osteoarticular, tumores, osteomielitis, etc. Un caso muy especial son las secuelas que nos quedan en los dientes y que dejaré para en otra ocasión.
Las enfermedades degenerativas ocupan una parte sustancial de las investigaciones de la paleopatología. Estas enfermedades no son sino una evidencia del envejecimiento de los tejidos. La enorme actividad diaria de nuestros antepasados producía una degeneración muy rápida de las articulaciones y, por ende, un envejecimiento mucho más rápido que en las sociedades modernas bien alimentadas y sedentarias. De ahí que la longevidad natural de aquellas poblaciones difícilmente superase los 50 años. Una verdadera paradoja: los homínidos que alcanzaban la edad reproductora eran en general mucho más sanos que la mayoría de nosotros, pero su longevidad era mucho menor.


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