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Romances inoportunos

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, Burgos

Quiero proponer un sencillo experimento. Pongamos encima de la mesa 50 cráneos de neandertales y 50 de humanos modernos con la idea de clasificarlos por criterios morfológicos. Sin duda, cualquiera de los amables lectores sería capaz de separarlos en pocos minutos, casi sin pestañear, y estoy convencido de que todos sin excepción acertarían en el cien por cien de los casos. Tal es la diferencia morfológica entre el cráneo de unos y otros. Los genes de origen neandertal que, de acuerdo con el trabajo recién publicado por Svante Päävo y su equipo, están presentes en el genoma de ciertas poblaciones humanas recientes no serían un obstáculo para el éxito de la prueba.

La especie es la unidad biológica por excelencia. El concepto biológico de especie, propuesto hace ya más de 60 años por Theodosius Dobzhansky y Ernst Mayr y aceptado por una gran mayoría de neontólogos, requiere el aislamiento reproductor de las poblaciones mediante barreras geográficas y/o biológicas. Desde luego, este concepto no puede ser aplicado a las especies extinguidas. Es por ello que se han propuesto alternativas razonables, como el concepto morfológico de especie, que habríamos usado en el experimento de los cien cráneos. Con este y otros criterios, los paleontólogos podemos trabajar con cierto rigor.

Los últimos análisis del ADN antiguo de los neandertales sugieren que estos homínidos se cruzaron en Oriente Próximo con las poblaciones africanas de las que descendemos los humanos y tuvieron descendencia fértil. De acuerdo con las estimaciones de diferentes estudios del ADN de los neandertales, el linaje de estos y el de los humanos recientes se separaron hace casi un millón de años.

Sin embargo, las dos poblaciones estaban todavía lo suficientemente próximas en términos filogenéticos como para poder hibridar y producir descendencia fértil. Aunque este fenómeno pudo ser puntual y suceder sólo en una región donde coexistieron durante muchos milenios, deberíamos aceptar que neandertales y humanos modernos pertenecemos a la misma especie. Y esta conclusión nos llevaría a una situación embarazosa. La mayoría de las especies del género Homo están más próximas entre sí que los humanos modernos y los neandertales. De ese modo, aunque no podamos extraer ADN de esas especies, todas ellas quedarían bajo sospecha.

Con sinceridad, no soy partidario de reescribir toda la historia de la evolución humana por culpa de romances inoportunos ocurridos hace entre 100.000 y 50.000 años en Oriente Próximo. Con ingenio y sin romper la baraja, los resultados del equipo de Svante Päävo podrían ayudarnos a despejar muchos de las incógnitas que aún quedan por resolver.

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