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Pesticidas

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO

* Profesor de investigación del CSIC

Cuando hablamos por ahí de los servicios que la naturaleza presta gratuitamente a los humanos somos, por lo general, bien entendidos. La gente admite que los bosques frenan la erosión, las bacterias y plantas liberan el oxígeno que respiramos, los microorganismos hacen fértil el suelo, los insectos polinizan las cosechas, etc. Hay un punto, no obstante, que a menudo suscita controversia: el de que la naturaleza controla, o limita, las plagas de las cosechas. Más de una persona me ha interpelado: "Delibes, ahí se equivoca; la naturaleza causa las plagas, y no al revés; si lo sabré yo, que no doy abasto envenenando pulgones".

Ocurre que tal vez sin esos venenos y otros anteriores las plagas de pulgones no existirían. Está más que demostrado que el uso de insecticidas de amplio espectro es responsable de gran parte de las plagas actuales. Es sencillo de explicar: los insectos fitófagos llevan millones de años detoxificando los venenos defensivos de las plantas, así que están preparados evolutivamente para tornarse resistentes, poniendo a punto antídotos contra nuestros pesticidas. Los insectos depredadores (y aves, y arañas...), en cambio, no tienen esa capacidad, y al envenenarlos desaparecen. Muy a menudo, cuando combatimos una plaga eliminamos también, sin saberlo, depredadores que están evitando la aparición de plagas nuevas. De acuerdo con el National Research Council de Estados Unidos, 24 de las 25 plagas más devastadoras en California en el último cuarto del siglo XX habían sido generadas por la industria de los pesticidas.

La dependencia de los venenos químicos resulta particularmente desasosegante. Cada año necesitamos usar más para poder comer y, sin embargo, el número y la importancia de las plagas no disminuyen. Además, al coste ecológico debe sumarse un considerable coste social y sanitario, derivado de imprudencias, accidentes, descuidos, etc, o simplemente de la acumulación de venenos en el agua o los alimentos. El precio indirecto a pagar por el mal uso, accidental o no, de los pesticidas sintéticos no suele cuantificarse. Y cuando se hace, ocasionalmente, resulta aún peor. Conocen la historia: el escape en 1984 de gas letal de una fábrica de pesticidas en Bhopal, India, que dejó al menos 15.000 muertos y otros cien mil afectados, ha sido juzgado; la pena impuesta a la empresa no ha llegado a los 9.000 euros (quizás el mismo día, a un entrenador de fútbol español le han multado con 15.000 euros por acusar a un árbitro de faltar a la verdad). Las víctimas de Bhopal bien pueden pensar, con Ciro Alegría, que "el mundo es ancho y ajeno".

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