Ciudadano autosuficiente

La cola del supermercado te atrapa igual que una serpiente pitón

escaparate

 

Llega el momento de pagar, tienes el carro lleno y ya te has concienciado de que no vas a comprar nada más. Bastante te ha costado recorrer los pasillos del supermercado contrastando calidad-precio (pensando que 3 euros es carísimo y 2,99 es una ganga) de la mayoría de los productos hasta que el carro, el cual es tan grande que por poco te caben todos los pasillos, está a rebosar. Entonces llegas a la caja y, como de costumbre, toca esperar: hay cola.

No es nada extraño encontrarse con solo tres cajas habilitadas de las diez o veinte presentes. Entonces, ¿para qué ponen tantas?, te preguntas. Seguro que jamás has visto todas abiertas a la vez. Seguro que algunas son de adorno. Seguro que han costado un dinero innecesario. Y ahí estás, de pie, mirando de un lado al otro a ver si hay otra cola que vaya más rápida y con la esperanza de que alguna empleada diga en voz alta: ‘’pasen por esta caja en orden’’. Pero nada. La espera se hace eterna y la impaciencia aumenta. Y es aquí donde el marketing te juega -de nuevo- una mala pasada.

A tu alrededor, mientras te aburres cual ateniense exiliado (de ahí el aburrirse como una ostra) e intentas calcular cuánto se va a vaciar tu bolsillo, están cuidadosamente dispuestos todos esos snacks, dulces, golosinas y otros tentadores productos de ‘’apariencia barata’’, envueltos en brillantes y coloridos envases que te entran por los ojos. Y digo ‘’apariencia barata’’ porque si comparas de nuevo su calidad-precio, verás que no merecen la pena en absoluto. Pero ahí están, esos seductores productos de poco valor pero con un elevado margen de beneficios para la gran superficie, que sostienen el llamado ‘’mercado impulso’’, el cual supone una gran parte de las ventas de enormes empresas que actúan a nivel mundial. Y ahí estamos nosotros, con una tentadora necesidad ficticia que nos hace estirar el brazo hacia los estantes en los que se encuentran los sabrosos dulces y saladitos. Ahí estamos, sí, sometiéndonos al consumo acelerado de artículos insostenibles (una sola ración envuelta en una gran cantidad de plástico) e incluso perjudiciales para nuestra salud.

Este mercado alimentario promovido por el canal impulso (lo veo, lo quiero), está integrado por productos que se consumen de forma espontánea, ligados a lugares y momentos específicos (como el de la espera en la cola de la caja del supermercado) y a los conceptos de placer y ocio. Es este mercado en el que terminamos participando mediante la compra de esos atractivos dulces y snacks que finalmente caen en la cinta de la caja junto al resto de nuestra compra, y que son unos de los culpables del cambio global de nuestra dieta hacia una llena de azúcares y grasas que perjudica a nuestra salud, dando lugar a enfermedades como la obesidad o la diabetes. La industria alimentaria sabe perfectamente que nuestra relación con la comida a menudo responde más a impulsos que a necesidades y por ello coloca estos pseudoalimentos en lugares específicos, en los que estamos desesperados e impacientes y en los que nuestro único quehacer es mirar a nuestro alrededor.

Si esta influencia es tan grande y las empresas que fabrican y comercializan esos productos quieren continuar beneficiándose de este mercado, ¿por qué no elaboran y colocan en esos estantes artículos sostenibles y no perjudiciales para la salud? O mejor aún, y olvidando el beneficio de las empresas y pensando en la mejora social, ¿por qué no utilizan ese espacio para colocar mensajes sensibilizadores que nos conciencien a todos? Ya sea información relacionada con la comida y la salud, o un cartel que recuerde por qué no deberías olvidar la bolsa de la compra en casa. Por intereses, beneficios, etcétera etcétera. Todos lo sabemos. Pero, ¿por qué no cambiarlo?

Tenemos herramientas para cambiar el mundo hacia uno más sostenible y no las aprovechamos. ¿En qué pensarás ahora cuando estés en la cola del supermercado?

Yasmín Tárraga

 

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