Foto: Pixabay
Hace unos días, el presidente de los Estados Unidos se sacó una foto oficial rodeado de pequeñas cajas de cartón, una pila de ellas. Las cajas contenían hamburguesas. También se podían ver sobre la bonita mesa de madera pulida, entre candelabros dorados, sobrecillos de ketchup, envases de patatas fritas y toda la parafernalia de la comida rápida.
La explicación del todo este despliegue es que el cocinero de la Casa Blanca, funcionario del estado, no cobra su sueldo desde hace semanas y por eso no trabaja. Otros funcionarios con trabajos esenciales, como vigilancia de instalaciones de energía, deben seguir trabajando sin cobrar. Ello es debido al "cierre" de la administración estatal por un duro forcejeo entre el presidente y sus oponentes políticos por el dinero para construir el Muro de México.
Populista consumado, Trump reaccionó rápido a la falta de cocinero y encargó mil hamburguesas. En realidad, informó a la prensa que las dos Damas del país, la primera y la segunda (las esposas del presidente y del vicepresidente) habían ofrecido la opción de cocinar ellas mismas some little quick salads, algunas ensaladillas, oferta que el presidente rechazó por no ser comida lo bastante varonil, you guys aren’t into salads. El mensaje político está muy claro, que no necesitamos funcionarios teniendo una hamburguesería cerca, ni siquiera hace falta llamar por teléfono, la app se encarga de todo.
Otro tipo de político se habría fotografiado en la cocina, con el delantal puesto y removiendo una perola de guiso para sus invitados, pero el actual presidente no lo ha hecho, porque considera que cocinar es ridículo. Sobre todo si puedes comprar la comida ya hecha, lista para engullir, empaquetada en cajitas, bolsas y sobres de plástico. Ese es el claro mensaje que envía al mundo la administración republicana.
Así que tenemos que ponernos a cocinar, que es una actividad cada vez más interesante desde el punto de vista político. Toda clase de poderosos intereses intentan que dejemos de hacerlo. Desde hace años, dos mensajes falsos suenan en los medios y las redes: que el ajetreado ritmo de la vida moderna no nos deja tiempo para cocinar y que los alimentos precocinados son perfectamente saludables.
Por supuesto que tenemos tiempo para cocinar, con media hora al día es suficiente. El truco está en practicar la cocina para trabajadores. ¿Y qué cocina es esa? Pues la cocina de toda la vida, el recetario tradicional, que ahora podemos tunear añadiendo nuevos ingredientes y técnicas, como la olla lenta o la quinoa. Nuestros antepasados tenían menos tiempo que nosotros (la jornada laboral media era de 12 horas) pero comían, y a veces bien, platos de los que se hacen solos o que no requieren casi esfuerzo.
El otro argumento falaz, que los precocinados son perfectamente seguros, nutritivos y gustosos, se puede rebatir fácilmente. Basta con comparar lo saludable y sabroso de un guiso casero con el regusto a dextrosa y grasa de palma que deja la comida ultraprocesada que venden en cajas. El presidente no sabe cocinar, pero tú sí.
Comentarios
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