Photo by Yvonne Young on Unsplash
Las vidas "sin" proliferan. Podemos vivir sin carne, sin plástico, sin envases desechables, sin coche, sin pasta dentífrica, sin alimentos ultraprocesados, sin viajar en avión, sin parabenos, sin lavavajillas, sin aire acondicionado, sin lámparas, sin ropa de fibras sintéticas, sin horno de microondas, ¡incluso sin móvil!
Los valerosos ciudadanos que afrontan estos retos no lo tienen nada fácil. Leyendo sus experiencias en los blogs y artículos que las narran se tiene siempre la sensación de estar leyendo la descripción de un alarde de equilibrismo: cruzar las cataratas del Niágara guiando un monociclo sobre un cable flojo con una bandeja llena de copas de champán en la mano izquierda. Un más difícil todavía, cotidiano.
Hacer la compra sin comprar al mismo tiempo una tonelada de plástico, ¿es posible? Sí que es posible, no necesitas más que una bolsa o carrito grande y una docena de tápers donde guardar los alimentos pringosos que compres. Los demás pueden ir directamente al carrito. El problema empieza cuando consideras que el plástico es tabú, y que una sola partícula de este material mancha y contamina sin solución. Entonces el lado bueno de la vida sin plásticos retrocede y nos volvemos un poco paranoicos, además de un verdadero incordio para amigos y parientes.
Lo mismo se puede decir de otros estilos de vida sin, que pueden convertirse fácilmente en un camino de santidad con cilicio incorporado. Naturalmente los partidarios del chuletón y el SUV se ríen de estas excentricidades y acusan a los partidarios de un estilo de vida sostenible de querer llevarnos de vuelta a la edad de piedra.
La solución de este dilema, ¿cómo llevar vidas de baja huella ambiental sin caer en la paranoia ambiental?, puede estar en un ligero cambio de enfoque: no se trata de llevar una vida virtuosa, se trata de resolver problemas.
Cualquiera diría que dónde está el problema de llevar una tonelada de plástico desechable a casa cada vez que hacemos la compra. Los metemos en el cubo de la basura, alguien se lo lleva, y se acabó. Pues sí hay un problema, o mejor dicho dos. El primero es económico, todo lo que está empaquetado en plástico tiene un sobreprecio (además, las bolsas de plástico se cobran aparte). Te llevas plásticos y plásticos a casa para tirar, llenar tu cubo amarillo rápidamente y bajarlo luego al contenedor: nos dedicamos a transportar plásticos de forma tonta.
Reduciendo la entrada de plástico desechable asociado a la compra cotidiana veremos como la cuenta también se reduce como por arte de magia. Con un poco de práctica, podemos usar la vida sin plástico como disparador para vivir mejor y más desahogados. Podemos acudir a mercados de barrio en vez de a grandes supermercados, investigar un poco y obtener buenos productos, a buen precio... y con muy poco plástico.
El segundo problema es que el plástico que tiramos despreocupadamente volverá a entrar en nuestra cocina por donde menos lo esperamos: en el cuerpo de los pescados que compramos o incluso en el agua del grifo. Reducir la cantidad de plástico desechable, por lo tanto, es un gesto altruista para con los demás, pero también una manera de proteger nuestra salud. No basta con separar cuidadosamente el plástico desechado y colocarlo en su contenedor correspondiente.
Este enfoque se puede aplicar a muchos elementos de nuestra vida cotidiana. Reducir el consumo de carne a la mitad o a la cuarta parte mejorará nuestra salud y nos permitirá ahorrar mucho dinero. Lo mismo se puede decir de usar la calefacción, el aire acondicionado o el coche con más parsimonia, o de limitar la compra de alimentos ultraprocesados.
Lo mejor es que estos estilos de vida "orientados hacia la sostenibilidad", lejos de suponer esfuerzos sobrehumanos o un ascetismo exagerado, terminan por consolidarse por sus muchas ventajas, y pueden dar lugar a experiencias realmente interesantes de disminución de la huella ecológica, que cualquiera puede investigar en su propia casa.
#ClimateStrike #FridaysForFuture
Comentarios
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