Ciudadanos

Creencias que comparten el Gobierno y los obispos

ANTONIO AVENDAÑO

El problema principal que tiene la Iglesia española es que no se ha enterado que España ha dejado de ser católica. De ahí se derivan casi todos los malentendidos que alimentan el esqueleto argumental del discurso de la Conferencia Episcopal, cuyo presidente verdadero es el arzobispo Rouco, aunque el presidente aparente sea el obispo Blázquez, cuyas razones, por cierto, para presentarse a un cargo que nunca ha ejercido son un inescrutable misterio.

Los obispos se comportan como si el 90 por ciento de la gente fuera a misa; se comportan como si los católicos que van quedando hicieran algún caso a lo que sostiene Roma en materia sexual, educativa o política; se comportan como si Dios fuera también un obispo como ellos; se comportan como si la alianza de la cruz y el trono no hubiera sido derrotada varios siglos atrás; y se comportan, en fin, como si estuvieran convencidos de que todavía es posible seguir convirtiendo a la gente a hostias.
Pero todo esto no sería tan malo si no mediara aquí algo peor. A fin de cuentas, que los obispos españoles sigan creyendo todos esos disparates tampoco es tan raro: ser obispo y encima español no es un destino fácil. Lo peor, pues, no es que los obispos crean todo eso, sino que lo crea ¡¡¡el mismísimo Gobierno de España!!! Lo que todo el rojerío antiguo, moderno y mediopensionista le reprochamos al Gobierno es justamente eso, que durante todo su mandato se haya venido comportando como si España siguiera siendo católica como antaño, como si la gente le echara cuenta a las consejos sexuales de la Iglesia o como si Dios mismo fuera un obispo español. Pero incluso eso podría un buen ateo disculparle al Gobierno. Ahora bien, lo que de ninguna manera cabe disculparle es que haya sido tan rematadamente pardillo como para creer que el verdadero presidente de la Conferencia Episcopal era un tal Blázquez.

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