Ciudadanos

Sermones y sentencias

ANTONIO AVENDAÑO

Hay sentencias con vocación de sermón y sermones con vocación de sentencia. Lo último ocurría mucho cuando la Iglesia española de España-España estaba en todo lo suyo y su poderosa voz se oía con pareja autoridad tanto en las más altas catedrales como en las no menos altas magistraturas políticas, militares y judiciales del país. Eran los viejos tiempos en que los sermones eclesiásticos eran prácticamente sentencias, hasta el punto de que no pocos pecados privados eran delitos públicos. Hoy las cosas se han  puesto difíciles y es muy problemático que los sermones morales tengan valor de ley: por no tener, a veces ni tienen valor de sermones como tales, pues los propios parroquianos y parroquianas pasan mucho del infierno tan temido y de sus tenebrosos ángeles, arcángeles y dominaciones.
Y dado que ya no hay sermones capaces de hacerse pasar por sentencias, lo que empieza a verse son sentencias con vocación de sermones, sentencias cuyo piadoso fundamento es más moral que jurídico. Sentencias cuyos ropajes son primorosamente jurídicos, pero cuyo corazón es rabiosamente político. La sentencia electoral, perdón, digo moral, huy, perdón, perdón, digo judicial, eso, la sentencia judicial dictada por la más alta magistratura andaluza reconociendo el derecho a objetar contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía es una mala sentencia, pero un gran sermón. Como ya nadie cree en el infierno de toda la vida, algunos quieren resucitarlo en forma de asignatura escolar. No es probable, en todo caso, que una sentencia así llegue demasiado lejos. En la doble España enfática y feroz de hace 50 años sí. En la de ahora, no.

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