Civismos incívicos

El 'talante' japonés

Hace unos días, participando en el programa 59 segons, se nos pidió reflexionar sobre la capacidad de la población española de responder ante una situación catastrófica como la que viven estos días los japoneses con la misma calma y civismo con los que parece que está reaccionando la población nipona.

 

Yo no he estado nunca en Japón y sé muy poco de los japoneses, pero debo confesar que si a mí se me llevara un tsunami, agradecería que alguien derramara alguna lágrima, ni que fuera para salir en la tele, y no ver ninguna estos días me provoca una profunda inquietud. Vamos, que casi prefiero pillaje y lágrimas que ni lágrimas ni pillaje (más que nada porque yo también robaría en caso de catástrofe si de esto dependiera mi supervivencia y la de los míos, la verdad).

 

Pero la alabanza al 'talante' japonés de estos días me perturba y me molesta. Se asume que aquí, en caso de emergencia, nos pondríamos todos a comernos unos a otros y a matar a los suegros para no tener que repartir un bote de lentejas. Que el 11-M, como casi todas las catástrofes humanas, fuera un ejemplo de compromiso cívico, ayuda mutua y madurez política se borra del imaginario colectivo para activar los miedos más individualistas, paralizantes y desmoralizantes. No niego que la reacción ciudadana captada por los medios durante episodios recientes de atascos y cortes de luz es desesperanzadora, pero, primero, no es lo mismo quedarse en un atasco o sin luz que ver como los tuyos desaparecen río abajo, y, segundo, me temo que pocos medios están dispuestos a dar espacio a ciudadanos o ciudadanas que no culpen al gobierno y a los políticos cuando se les pincha una rueda.

 

En casos de grandes desgracias, pues, la población de este país ha tenido un comportamiento ejemplar. Entonces, ¿de dónde viene la alarma de estos días? Pues me temo que de un lugar muy parecido al que nutre declaraciones tipo 'sin mí, el caos' que hemos oído recientemente en boca de Mubarak y Gaddafi. Sale de una clase dirigente (no solamente política) que no sólo siente un profundo desprecio por la capacidad de auto-organización de la población, sino que vive de infantilizarnos y de proyectar sus propios miedos en nosotros.

 

No dudo que, en caso de catástrofe, a las personas acostumbradas a firmar EREs, evadir impuestos y extorsionar al sector público los sentimientos que les aflorarán serán las mil versiones de vender a su abuela, y no el compromiso con el prójimo. Sólo hay que recordar la reacción de algunos ante las revueltas en Oriente Medio, que en lugar de celebrar el fin de las dictaduras cogieron la calculadora para ver cuánto podían ganar con el potencial desvío de flujos turísticos a nuestro país.

 

A casi todos los demás, sin embargo, que vivimos, sobre todo ahora, de ayudarnos mutuamente, si el mundo nos da un vuelco nos saldrá lo que nos ha salido siempre: la incapacidad de ser indiferentes al dolor ajeno.

 

Así que la próxima vez que quieran hablar de incivismo, pillaje y falta de compromiso público, háganlo en primera persona.

 

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