El debate erróneo de los tres niños muertos

El debate erróneo de los tres niños muertos
Guardacostas libios sostienen los cadáveres de tres bebés fallecidos en el naufragio frente a las costas libias. Hay cien desaparecidos y 16 supervivientes.- AFP/ MAHMUD TURKIA

El pasado sábado la foto de los equipos de salvamento marítimo con tres bebés muertos en sus brazos abrían las portadas de muchos medios nacionales. Una foto que, como la de el pequeño Aylan, ha sobrecogido a toda la población porque humaniza crudamente la realidad que, de forma aséptica y deshumanizada, se discute en gabinetes de gobierno europeos, desde hace un par de semanas. 

La obscenidad del asunto radica en lo erróneo del enfoque en general. Por un lado, nos conmueve profundamente, pero durante un tiempo bastante limitado, la muerte de tres bebés como si fueran los únicos bebes que han muerto en los tres años que han pasado desde la foto de Aylan. La realidad es que todos los días mueren niños, niñas y bebés, en el mar o en el desierto o en alguna parte del trayecto que recorren con sus madres, cuya pretensión es evitar que mueran en el sitio en el que nacieron, que suele ser el camino. No sé sabe cuántos menores mueren. Se estima que por lo menos la cifra de muertos real dobla la cifra oficial.

Nuestro objetivo tiene que ser que no hagan falta equipos de salvamento porque las entradas sean ordenadas, legales y por lo tanto seguras

Por otro lado, es importante la labor de salvamento y de asistencia que muchas organizaciones quieren brindar a quienes lo necesitan. Open Arms podría haber evitado las muertes de estos tres niños y del resto de las 100 personas que fallecieron con ellos. Pero nuestro objetivo tiene que ser que no hagan falta equipos de salvamento porque las entradas sean ordenadas, legales y por lo tanto seguras. Desde luego en estos momentos en la frontera sur estamos cuanto menos en una situación de crisis humanitaria. No es aceptable que no se apliquen las reglas de derecho internacional humanitario. Pero, además, es importante tener en cuenta que hablamos de cifras muy desiguales: son decenas de miles de migrantes que pueden entrar en un año en un espacio de más de 500 millones de personas, como es la Unión Europea. Estamos hablando de gotas de agua en un océano. 

Pero aceptar la crisis humanitaria es para mí como aceptar pulpo como animal de compañía. Hay que exigir un debate serio, informado y definitivo sobre la gestión de unos flujos que no van a parar por mucha valla que pongamos, por mucha patera que hundamos y por mucho que paguemos a países terceros para que eviten que los movimientos de personas lleguen a nuestras fronteras. Cada decisión que toman los gobiernos europeos estos días implica una mayor inversión de dinero público en evitar lo inevitable. Un dinero público que acaba en manos privadas. En el caso de nuestro país, ese dinero acaba en manos de empresas de defensa y construcción -algunas de ellas imputadas en casos corrupción-, como se puede comprobar en el informe publicado por la Fundación porCausa sobre las industria del control migratorio. Es innegable que mientras muchos pierden sus vidas, otros ganan dinero. 

Y como suele pasar cuando alguna industria florece con ella también lo hace un discurso muy pertinente que la sustenta. Nadie cuestiona que no caben más personas en la Unión Europea o que en España no hay trabajo para los extranjeros y, sin embargo, nadie es capaz de sostener dichos argumentos con datos objetivos. Los informes socioeconómicos sobre el tema que se han publicado en los últimos años apuntan, por el contrario, que serán necesarias las entradas de personas extranjeras para poder mantener nuestro sistema de bienestar. 

Es hora de decir basta ya, ni una foto más con niños, niñas o bebés muertos ahogados, paremos de una vez esta locura. Pero hagamos lo desde el enfoque de los derechos universales básicos, no desde el asistencialismo que por desgracia es un mero parche

Es hora de decir basta ya, ni una foto más con niños, niñas o bebés muertos ahogados, paremos de una vez esta locura. Pero hagamos lo desde el enfoque de los derechos universales básicos, no desde el asistencialismo que por desgracia es un mero parche. Las muertes de migrantes no nos tienen que dar pena, nos tienen que indignar. No tenemos que sentirlas como ajenas, sino como propias, porque son el resultado de unas prioridades mal planteadas. Como fue en el pasado, nadie nos asegura que, en el futuro, no nos encontremos nosotros mismos en una barca, en una montaña o cruzando un desierto. Las bases que sentamos para terceros las tendremos que aceptar para nosotros o nuestros familiares y amigos. De modo que, si no es por humanidad, que sea por egoísmo inteligente. Abordemos el debate real cuanto antes.