Por Álvaro Bravo (@AlvaroBravo4)
Yousseff Mounchili llegó a Tánger hace más de cinco años con su cámara fotográfica. Mediante sus instantáneas en blanco y negro ha captado durante sus largos viajes lugares, gentes y culturas tan diversos como los de Argelia, Burkina Fasso,Togo y Marruecos. Él mismo experimenta lo que supone dejar atrás Camerún, su país natal, para tratar de encontrar un futuro mejor en Europa, aunque en su camino se cruzó Tánger, una ciudad con oportunidades para las personas en tránsito. En su estudio, cercano a la medina de Tánger, habla sobre los peligros de emprender un viaje tan largo en el que las personas pierden un largo tiempo de su vida, su propia salud y la de muchos de los seres queridos que les acompañan. Sin duda alguna, es una experiencia que marca las personas que la viven, todos los que participan en estas largos recorridos adquieren una madurez en los que los meses parecen años. Es algo que se percibe rápidamente en la mirada profunda y en la manera de hablar del joven Mounchili. Con su talante vitalista reconoce que desde que trabaja como fotógrafo profesional tiene temas predilectos que despiertan su interés a la hora de captar sus imágenes. "Mis temas son la vida que vivo, el viaje, y también el revalorizar a aquellos que no tienen derecho a voz, o los que han estado silenciados durante todo el tiempo".
"Mis temas son la vida que vivo, el viaje, y también el revalorizar a aquellos que no tienen derecho a voz, o los que han estado silenciados durante todo el tiempo", Yousseff Mounchili
En marzo de este año organizó una exposición en la galería Conil con el colectivo ‘Voie des migrants’ cerca del Zoco Pequeño en la ciudad marroquí, espacio de frontera entre diferentes culturas. Mounchili -junto a Jean Christophe, Nacata y al colectivo artístico Zanka 90- decide celebrar un festival de la cultura africana al aire libre que incluya diferentes expresiones artísticas como la música, la pintura, el teatro, la danza y la fotografía. "El arte cambia y sensibiliza, es por eso que es tan poderoso y fuerte. Por supuesto, el arte y la cultura son felicidad, hay risa, hay baile, hay diálogo... el fin es que haya un intercambio que permita el acercamiento al otro para conocerlo".
Algo más que rutas
El festival Le Parcour es una muestra de cómo el arte ayuda a la unión y al conocimiento entre culturas tras la diáspora negra desde hace más de seis siglos. Esta diáspora, que comenzó con el desplazamiento forzado por el comercio de esclavos por parte de las potencias coloniales europeas, se remonta a nuestros días, con aquellos que deciden emigrar a otros lugares del mundo en la búsqueda de mejorar su situación y la de sus familias. Desde la academia, el sociólogo jamaicano Stuart Hall, especialista en Estudios Culturales, explica que las experiencias de los viajes de los inmigrantes tiene un impacto en sus propias identidades permitiendo que las construyan a partir del tránsito: "Personas que ya no tienen raíces, sino rutas". Es un buen ejemplo de la fusión entre diferentes tradiciones dispersas que se encuentran gracias al viaje.
Un concierto de diásporas
Suena música al aire libre en los puntos más emblemáticos de la ciudad como la Kasbah de Tánger, la plaza de las Naciones Unidas y las magníficas vistas de la Terrase des Paresseux. Algunos artistas plásticos exponen sus cuadros en caballetes cerca de dónde está tocando el grupo. Entre las obras, un retrato casi impresionista del monarca marroquí Mohammed VI, las calles de la kasbah en una ‘collage’ elaborado con diferentes placas a base de móviles y un retrato realista de un hombre trabajando en un comercio de cuero de la marroquinería. El festival de música cuenta con la participación del grupo Diaspora que esta formado por seis integrantes de diferentes países subsaharianos: Costa de Marfil, Guinea Conakry y Marruecos. Los nombres de los músicos, aunque utilizan alias varios de ellos, son: Silas, Mousto la Mousto, Ali G, Xelou Bayfall, Vice, Sekou Touré, Maxi Street & Impresario.
Es una banda de músicos forjada en las calles de Tánger. Todos ellos llegaron buscando dejar atrás la situación de violencia, persecución, pobreza o falta de empleo en sus países de origen. Todos ellos conocen bien lo que es ser inmigrantes, en 2013 intentaron cruzar el estrecho, como tantos otros. Durante la peligrosa travesía por el Estrecho de Gibraltar su barca se hundió, perdiendo a varios de sus compañeros y no les quedó otra que volver al punto de partida. Al quedarse en la ciudad costera marroquí sin poder alcanzar el sueño de llegar Europa, el guitarrista Sékou Touré y el percusionista Aboubakar Diabaté retomaron su pasión: la música. A partir de este momento decidieron mejorar la situación de las personas migrantes en Marruecos, desarrollar un proyecto personal artístico.
Las canciones que se escuchan cerca de los muros de la fortaleza tienen como nexo de unión una vibrante energía políglota: inglés, francés, bambara (Costa de Marfil) y wolof (Guinea Conakry). Al igual que los acordes de la guitarra varían desde el reggae, la rumba guineana, el mbalax de Senegal o el rap. La banda Diaspora está formada por varias diásporas divididas que se encuentran en una música común.
"La mayor parte de los instrumentos tradicionales que utilizamos los fabricamos nosotros mismos. Es una manera de volver a nuestras raíces", dice Sékou Touré, voz principal de la banda, mientras hacen un pequeño descanso antes de cambiar al siguiente escenario urbano del festival. El kora es un instrumento de cuerda con un sonido similar al del arpa hecho de calabaza seca, madera, con 21 cuerdas y que está recubierto de piel de ciervo. Aunque mientras tocan el kora se parece más bien una guitarra flamenca para alguien que no esté familiarizado. Por otra parte, el sonido del gongoma, una pequeña caja de madera que proviene de Guinea, marca la base rítmica de las canciones junto al djambe. Es una pequeña muestra de la riqueza musical del África subsahariana donde hay más de 250 lenguas. El último concierto tiene lugar en el parque de las Naciones Unidas, cercano a la zona financiera de la ciudad, donde un hombre vestido de león acompaña la música popular con sus movimientos teatrales y rugidos simulados. Tras esto, la actuación continua con un grupo de cinco bailarinas vestidas con telas de vivos colores sacan al público para que las acompañen en sus danzas tradicionales africanas.
Organizaciones sociales tangerinas
A última hora de la mañana Santiago toca unos acordes de su guitarra española acompañado por un bajo eléctrico en el local de ensayos de las asociación Tabadoul, punto de encuentro para músicos en la medina de Tánger. Tabadoul quiere decir intercambio en árabe, en referencia a ser un lugar de encuentro entre artistas de diferentes disciplinas que provienen de diferentes lugares. El escenario tiene varios amplificadores, fundas de instrumentos, vigas de madera que recuerdan a un teatro, lámparas colgantes y unos ventanales por los que se ve la lluvia en un cielo gris. Tánger es verde. Tánger es lluvioso. Este joven madrileño llegó a la ciudad hace más de ocho meses con la intención de participar en la efervescente escena musical de la ciudad magrebí que, en la década de los 50 del siglo pasado, estuvo de moda porque los Rolling Stones pasaron largas temporadas para buscar inspiración en un ambiente bohemio.
Este espacio autogestionado fue primero una fábrica de vendas. Cerca de la entrada hay unos fogones donde imparten un curso de cocina con la receta del cuscús marroquí. Es una muestra más de la efervescente vida cultural que existe en la ciudad. Estos espacios permiten que los vecinos de diferentes culturas se conozcan mejor, participen en actividades comunes y exista un intercambio de ideas y experiencias vitales. La propia historia vital de Yousseff Monchili es un buen reflejo de la diversidad de personas que viven, progresan, crean, comparten y buscan mejorar su futuro en esta entrada a la puerta de Europa. Y dejan de ver Tánger como un lugar de tránsito para ver un lugar en el que tener una vida compartida con gente que viene de muchos sitios.
Comentarios
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