Los territorios de la vergüenza

Por Marina Sonadellas

Entre el 2012 y el 2016 viví en México. Allí fui testigo de las graves violaciones a derechos humanos de las que son víctima las personas migrantes centroamericanas en tránsito en todas sus formas (extorsión, secuestro, tortura, desaparición forzada, violencia sexual, trabajo esclavo, trata). La vuelta a Europa en el contexto de la mal llamada "crisis de los refugiados" me reveló que todas las violencias desatadas contra las personas migrantes en aras de mercantilizar sus cuerpos son un fenómeno global. Que las rutas migratorias siguen siendo estados de excepción permanentes, lugares vacíos de derecho donde las personas que las atraviesan son merecedoras de todo y de nada.

Si en México pude conocer y participar de proyectos gestados desde la sociedad civil, que documentan y denuncian dichas violaciones y que se organizan para acoger a las personas migrantes, esa misma inquietud me acompañó a mi llegada a Barcelona. Por eso, cuando recibí la información sobre la Caravana Abriendo Fronteras no dudé en acercarme.

En un primer momento sentí cierto temor a encontrarme con algo que cada vez tolero menos: los relatos heroicos y épicos de buenos samaritanos europeos salvadores de los desvalidos, las experiencias que rozan el turismo catastrófico o la práctica de la pura ayuda humanitaria con falsas promesas subversivas. Nada de eso. En las dos asambleas a las que pude asistir vislumbré los objetivos de la Caravana: construir una sociedad sensibilizada y activa en torno a la situación de las personas racializadas, migrantes y en búsqueda de refugio y, sobre todo, visibilizar y denunciar las violaciones a derechos humanos que acontecen en los puntos calientes de las fronteras europeas contra estas personas, poniendo especial atención en las mujeres, así como transformar estas documentaciones en demandas y exigencias políticas. Por eso, inició su labor en Grecia en el 2016, siguió en Melilla en el 2017 y puso el foco este año en Italia.

Autodefinida como feminista, antirracista y anticapitalista, la Caravana está conformada por unas 300 personas pertenecientes a organizaciones de distintos territorios del Estado español y por personas que, a título individual, han decidido sumarse a esta iniciativa. Es en sí un mosaico de identidades y sensibilidades diversas que trabajan juntas y encauzan los debates y la toma de decisiones a través de comisiones de trabajo y asambleas generales. Todo un reto.

Una vez embarcada, los diez días transcurrieron al compás de un sinfín de acciones directas, manifestaciones y encuentros. En la manifestación conjunta en Ventigmilia, conocida por ser la frontera insuperable entre Italia y Francia y en donde centenares de personas viven atrapadas a la espera de poder cruzar, se reivindicó el derecho a un permiso de residencia europeo para todas las personas.

Ya en Sicilia, en la acción de protesta en el Puerto de Pozzallo, otro cementerio fronterizo y destino de las embarcaciones que arriban desde Libia, cruzando el cordón policial se podía vislumbrar el hotspot en donde se encuentran retenidas unas 300 personas. Los hotspot fueron creados por la Comisión Europea como centros para el registro y la identificación de personas, y son el símbolo de la criminalización de la migración. Siguiendo hacia el interior, y en el medio de la nada, aparece el CARA de Mineo, el mayor centro de "acogida" para solicitantes de refugio de Europa y otro lugar de espera infinita. Tanto el CARA como el hotspot de Pozzallo destacan, como otros centros de detención, por las condiciones de hacinamiento en que viven las personas migrantes; ambos espacios doblan su capacidad.

La base militar de Niscemi, donde se alberga el sistema militar de comunicación vía satélite de la OTAN conocido como MUOS y que tiene como función favorecer las operaciones militares en Oriente Medio, fue otro de los espacios en donde la Caravana tuvo presencia en apoyo al movimiento social que se ha consolidado en su rechazo.

Ya al final de la ruta, paramos en Riace para conocer la experiencia de este pueblo de La Calabria que en 1998 decidió acoger a una embarcación de kurdos en sus costas y que, desde entonces, ha abierto sus puertas a todas las personas que han pedido refugio, desafiando las políticas fascistas de su Gobierno y dando esperanza a un país que, como nos comentaron algunos de los activistas, es víctima de la indiferencia y la desmovilización social.

Son muchas las preguntas que surgen: ¿Cómo hacer para qué las personas migrantes y solicitantes de refugio participen de esta iniciativa si quieren?, ¿debemos esforzarnos por abrir ese canal de comunicación o nuestro lugar de privilegio nos obliga a pilotar esta denuncia y a exponernos? Más allá de acciones de visibilización, ¿hay que dar un paso más y emprender acciones legales para alcanzar la plena incidencia política? ¿De qué manera se puede articular y fortalecer una red estatal y europea de organizaciones para combatir el avance de las políticas migratorias que estamos viendo? Estas cuestiones y muchas otras que me dejo en el tintero, son las que siguen nutriendo el proyecto de la Caravana y nos acercan al enorme reto de organizarnos como sociedad para hacer frente a esta barbarie.