Antiinmigración, antinmigración, antimigración

Un agente húngaro patrulla en la frontera. Foto: Gergely Botár / Gobierno de Hungría
Un agente húngaro patrulla en la frontera. Foto: Gergely Botár / Gobierno de Hungría

En 2015, Viktor Orban inició su cruzada explícita contra las personas extranjeras que llegaban a Hungría, país en el que ya gobernaba. Ese mismo verano levantó la primera valla en la frontera con Serbia. A esa valla le siguieron varias más. La valla es la expresión arquitectónica de la xenofobia que rezuman los discursos de Orban. En 2016, gana el Brexit y gana Trump, y Orban deja de ser un caso aislado en un país pequeño. De nuevo la valla, el muro se presentan como la solución a todos lo males, un elemento arquitectónico que nos salvará de la crisis económica y gracias al cual podremos volver a ese pasado que era glorioso, make our country great again.

Desde que esto sucediera, el auge de este discurso simplista y gregario es abrumador. Durante el año 2017 estos partidos llegaron al gobierno en todos los países en los que hubo elecciones. En algunos casos su presencia en el gobierno era muy pequeña, en otros muy representativa, pero en todos consiguieron marcar al agenda pública y contaminar los discursos del resto de partidos. 

Siguiendo el análisis #migraleaks: xenofobía populista en Europa, publicado en 2017 por la Fundación porCausa, se extrae que estos partidos no tienen en común tanto como parece. De hecho, a parte de un modus operandi que comparten, prácticamente solo tienen en común el discurso radical en contra de la diversidad y de los extranjeros, a quienes presentan como agresores y responsables de todos los males. De ahí nace el término antiinmigratorio, que intenta denominar un tipo de xenofobia muy concreta: la que se aplica a los inmigrantes. 

Según la Fondeu, para facilitar el consumo de la palabra se puede quitar una 'i' para decir antinmigratorio, lo cual simplifica mucho el tema. Pero no deja de ser una palabra bastante complicada y finalmente no del todo correcta para enmarcar el eje de estos nuevos discursos. Las ideas de estos partidos van mas allá del simple rechazo al de fuera, también incluyen un rechazo a lo de fuera, es decir, al mundo exterior que se encuentra fuera de las fronteras nacionales que estos partidos defienden con ahínco. El miedo a la diversidad se expresa en un rechazo a cualquier otra cultura, que podría potencialmente contaminar la cultura histórica que se defiende. Igual que estos partidos no quieren que entre nadie, tampoco quieren que sus ciudadanos salgan. En realidad estos partidos son antimigratorios.

Es muy probable que la mayoría de personas que actualmente están defendiendo el discurso de estos partidos en los foros no sean conscientes de lo implicaría para sus hijos, sobrinos o cualquier otro ser amado de las generaciones futuras, aplicar las ideas marco antimigratorias. Se acabó irse a estudiar a otro país, por ejemplo. Se acabó viajar para conocer, solo se viaja para explotar. Se acabo estudiar otros idiomas, ¿para qué? Dónde naces te quedas, y defiendes lo tuyo y te aseguras de trabajar ahí, dónde naciste. No vendrá gente de fuera, así que, sean como sean los trabajos, todos los puestos los tendrán que ocupar personas nacidas en el sitio donde el trabajo tiene lugar. 

En realidad, es obvio que los problemas que sufre nuestro mundo desarrollado son mucho más complejos que todo esto. Frenar los movimientos de personas en el planeta no hará que volvamos a un pasado idealizado, que por cierto, en España siempre ha sido fruto de movimientos migratorios complejos. Y sin embargo, cerrando nuestra fronteras estamos perdiendo mucho más de lo que imaginamos, para empezar, y principalmente, el derecho a movernos nosotros también.