La vejez nos devolverá el tortazo

Niños jugando en un lavadero. Foto: Javier Ávila.
Niños jugando en un lavadero. Foto: Javier Ávila.

Por Coco Vecino

La infancia es sin duda la etapa más ilusionante de la vida porque es posible todo lo que uno puede imaginar. Yo soñaba con que apareciera Peter Pan y me llevara a hacer gamberradas con los niños perdidos. Con vivir aventuras por el mundo como Tintín. Me gustaba jugar con mi padre, primero al escondite y más tarde al ajedrez. Le veía poco porque pasaba muchos meses fuera trabajando, pero cuando estaba en casa me volvía loca de la ilusión porque siempre, siempre, jugaba conmigo. Me sentía tranquila cuando se iba porque mi madre estaba conmigo y, cada dos por tres, me decía que me quería. 

Los dos me han mimado con abrazos, con meriendas, cuidándome cuando estaba mala, con muchas risas y haciéndome sentir que tenía un lugar y no era un lugar cualquiera. Incluso cuando llegaron mis primos y mi hermana al mundo, mi sitio se mantuvo intacto, porque ellos hicieron que así fuera. Se guardaron para si sus preocupaciones, protegiéndonos. Porque para ellos nosotras éramos y somos lo primero. Hoy puedo decir que esa base llena de amor ha hecho de mí la mujer que soy hoy. 

Hay millones de experiencias, esta es la mía, pero es eso, mía. Mi vida hubiera sido distinta de haberme tocado otros padres. Unos padres que necesitaran entregarme a las mafias para mantener a mis hermanos. Unos que no pudieran protegerme de mis secuestradores para ser la esclava de cualquier milicia. Unos que no supieran cuidarme porque no saben cuidarse ellos. O si hubieran muerto. Si no tuviera familia con la que quedarme o si mis padres me hubieran mandado a otro lugar, como España, por mi bien

En todos estos casos estaría sola. Y cuando un niño no se siente protegido y querido, no tiene tiempo de soñar y su idea de quién es se vuelve difusa. Como cuando hablamos de infancia o menores, parece que no es algo real, un dato estadístico, pero hablamos de niños y adolescentes. Como hemos sido todos. Lidiar con lo que implica crecer ya sabemos que no es fácil. Pero, ¿imaginas hacerlo solo? Con miedo y sin mimos. Hay muchos niños cuyos recuerdos son bien distintos a los míos porque el mundo de adultos en el que vivimos es duro, difícil y competitivo para la mayoría de la población. Está lleno de amenazas y riesgos de todo tipo. Pero es en la niñez cuando somos más vulnerables a todas ellas.

Diez años tardó la comunidad internacional en marcar unas directrices sobre la protección del menor: la Convención sobre los Derechos del Niño, que establece el marco legal de protección internacional para todos los menores, sea cual sea su situación personal. Es obligatorio respetarla y especifica claramente que lo primordial es el interés superior del menor. España lo recoge en su ley interna y, aun así, se incumple sistemáticamente de muy diversas formas. 

Los niños son el futuro, literalmente. Nuestro futuro inmediato. El tiempo pasa muy deprisa y de las experiencias de hoy saldrán los hombres y mujeres que decidirán mañana. Entonces seremos nosotros los vulnerables, porque seremos viejos y, en una sociedad que te valora por lo que aportas, es como no ser nada.