Los Balcanes: la zona donde confluyen turistas, pobreza y refugiados

Samir Tarik / Fotografía: Javier Jennings
Samir Tarik / Fotografía: Javier Jennings Mozo

Samir Tarik es un padre de familia sirio que huyó de la guerra en su país, un conflicto que ahora cumple nueve años. Cuenta que en Macedonia es invisible.

Javier Jennings Mozo (@javierjenningsm)

Los Balcanes son esa zona al este de Europa que podría funcionar como un laboratorio social. Compuesta por países que han sido ignorados por el resto del continente, donde la pobreza y el aislamiento social de ciertas minorías chocan con los principios de la Unión Europea, es una zona de tránsito para solicitantes de asilo internacional que huyen de guerras interminables y que se encuentran, a su paso, con turistas privilegiados que ignoran la situación. 

En Bulgaria, el país más pobre de la UE, la tensión es constante. Mientras escribo esto, me asomo por la ventana y observo a dos adolescentes búlgaros de origen romaní (etnia gitana) que caminan. Me devuelven una mirada fulminante. Probablemente piensan que, como a la mayoría de los búlgaros no romaníes, me dan asco. Un saludo basta para que su expresión cambie: esbozan una sonrisa de oreja a oreja, me saludan y me desean un buen día. 

Dos días antes, me encuentro haciéndole una foto a un monumento en Skopje, capital de Macedonia del Norte, cuando la persona que acaba de acelerar, para salirse de ella y no estropearla, me interpela. "Bist du Deustch? (¿Eres alemán?)", pregunta. Nein (No)", respondo, "Ich bin Spanisch (Soy español), from Madrid (de Madrid)". Sorprendido, me contesta en un inglés perfecto: "Imposible, tú eres o alemán o inglés". Así que le empiezo a hablar en español y, para mi sorpresa, me responde en un español bastante decente.  

Samir Tarik es un padre de familia sirio de unos 50 años, que se ha visto obligado a huir de su país por la guerra. Soy la única persona que se ha molestado en hablarle en días. Me cuenta que en Macedonia es invisible. Nadie quiere hablar con él. Explica que necesita 15 euros para un billete de tren a Belgrado (Serbia), donde pretende pedir ayuda a ASTRA, una organización que se dedica a la lucha contra el tráfico de personas. "Es el único sitio donde me pueden ayudar a sacar a mi familia de Siria", asegura. "Hay bombardeos constantes todos los días. Mi familia está en un búnker a nueve metros bajo tierra".

Samir es una víctima más de tráfico de personas a manos de mafias que llevan años lucrándose con el conflicto. Comenta que ha pagado 10.000 dólares para ir de Alepo a Grecia, caminando a través de Irak, Irán y Turquía (cruzar directamente a Turquía desde Siria en estos momentos es más difícil que nunca). Debido a la rapidez de la conversación, no me da tiempo a preguntarle por la frontera griega, donde desde hace semanas se producen enfrentamientos y la policía reprime a quienes tratan de entrar al país. Cuenta que ha pasado ocho días en Grecia antes de entrar a Macedonia del Norte, donde se ha pasado las últimas 12 jornadas caminando hacia el norte para llegar a la capital. Tuvo la "suerte" de entrar en Grecia antes de que estallaran las tensiones de la semana pasada.

Al llegar a Skopje, decidió entrar en una mezquita en el sector albanés de la ciudad, con mayor proporción de habitantes musulmanes, para pedir ayuda. "He intentado hablar en árabe con ellos, pero no me entendían. Cuando me he explicado en inglés no han querido ayudarme. Son malos musulmanes", opina. Tras ese amargo encuentro, volvió a probar suerte en una iglesia, pero el sacerdote no pudo ayudarle. "Macedonia es un país pobre; el salario del cura son 80 euros al mes. Incluso me ha enseñado la cesta de donaciones y estaba vacía", comenta con resignación. 

Tras esto decide pasar la noche en un edificio en obras, de donde a la mañana siguiente le echan. Poco después nos cruzamos por pura casualidad. "Tengo que llegar a Belgrado, es mi única opción", dice. "Ni siquiera sé si mi familia está viva [...] mi mujer, mis hijos...", balbucea al borde del llanto. 

Después de escuchar todo esto, llamo a la gente con la que estoy de viaje y, entre todos, conseguimos reunir cinco euros, 200 leks albaneses y 1.000 dinares macedonios (unos 20 euros en total). Como si de un milagro se tratase, nos da las gracias y, confuso, nos pide un poco más para poder comprar su billete de tren. Le explicamos que con lo que le hemos dado tiene suficiente para el billete y para comprarse algo de comer y, en ese momento, estalla de emoción. Nos abraza, nos besa, da las gracias a Allah y nos bendice. Me estrecha la mano, me mira a los ojos y me besa la palma antes de abrazarme como nadie me ha abrazado nunca.

Es la una y cuarto de la tarde y hay un tren a Belgrado en media hora. Antes de dejarle marchar, le pregunto si tiene un número de teléfono o un correo electrónico para poder contactarle. "Mírame, parezco pobre. No tengo nada. He tenido que vender mi teléfono y todas mis cosas de valor para poder sobrevivir durante el viaje", dice. Tras pensar en lo inútil de mi pregunta, le hago una foto muy mala (no quiero hacerle perder más su tiempo) y le prometo que escribiré su historia. Nos da las gracias una vez más y, despidiéndose en la distancia, desaparece entre la multitud.

Javier Jennings Mozo es un  periodista multimedia que reside actualmente en Bulgaria. Este artículo fue publicado originalmente en inglés en su página de Medium.