El problema de cumplir 18 años cuando eres extranjero y estás solo

Cumplir 18
Ilustración de Ebrima, por Diana Moreno

Laura Sanz-Cruzado (@laura__ese)

  • Con quince años, Ebrima Konateh viajó a Europa para poder estudiar y trabajar. Cree que se lo han puesto muy difícil: "Tenía residencia, pero no permiso de trabajo. Me sentía en una trampa"
  • "Se les están exigiendo unos medios de vida propios cuando su permiso de residencia no les permite trabajar. Es una incongruencia", critica la abogada Sara Agulló Gispert

Los 18 son esa edad ansiada por casi todos los adolescentes. La mayoría de edad trae consigo derechos y libertades hasta ese momento prohibidas. Pero cuando Ebrima Konateh cumplió los 18 lo que sintió es que se le cerraban todas las puertas. Ese número significaba que tenía que irse del centro de menores en el que había vivido prácticamente desde que llegó solo a España y empezar a buscarse la vida por su cuenta a pesar de no tener familia en el país, carecer de permiso de trabajo y no haber conseguido plaza en un piso de emancipación. Para este joven nacido en Gambia la mayoría de edad supuso quedarse sin nada de un día para otro.

"No tenía dónde vivir. Tenía residencia, pero no podía trabajar. Me sentía en una trampa, sin poder ir ni para adelante ni para atrás, atrapado en el medio. Te dejan entrar, te acogen mientras eres menor de edad, pero cumples 18 años y no solo se olvidan de ti sino que no te dejan hacer nada, porque qué es una residencia sin permiso de trabajo", se lamenta Ebrima. Es lo que la Federación de Entidades con Proyectos y Pisos Asistidos (FEPA) denuncia ahora con la campaña #UnCallejónSinSalida.

La organización, que aglutina a 68 entidades de toda España dedicadas a fomentar la autonomía e igualdad de oportunidades entre jóvenes sin apoyo familiar en proceso de emancipación, quiere poner de manifiesto todos los obstáculos y trabas burocráticas a las que se enfrentan al cumplir la mayoría de edad los y las adolescentes migrantes que llegaron a España sin la compañía de ningún adulto y que viven acogidos o tutelados por las comunidades autónomas. Un total de 12.417 chavales y chavalas, según el registro de menores extranjeros no acompañados.

Obligados a emanciparse sin permiso de trabajo

Cuando llegan a los 18, se les expulsa del centro de menores en el que estén, explica Sara Agulló Gispert, abogada y técnica de acompañamiento jurídico de FEPA. Algunos encuentran plaza en un piso de acogida, pero muchos otros se quedan directamente en la calle. Ninguno sale con permiso de trabajo y los hay que incluso salen sin permiso de residencia por problemas administrativos.

La única manera de obtener el permiso de trabajo es conseguir un contrato laboral de 40 horas semanales, duración mínima de un año y un sueldo que no sea inferior al salario mínimo. A la dificultad de lograrlo, se añade que desde que se presenta la solicitud hasta que llega la respuesta pueden pasar de dos a tres meses, asegura Agulló. "Casi ninguna empresa puede esperar tanto", lamenta.

Sin eso, lo que queda es renovar su residencia no lucrativa (sin derecho a trabajar), pero hacerlo es de todo menos fácil. Dos sentencias recientes del Tribunal Supremo (la STS 1155/2018 y la STS 110/2019) que algunas provincias ya están aplicando han endurecido los requisitos hasta el punto de convertirlos en prácticamente imposibles de cumplir: para la primera renovación se les pide disponer de al menos 537 euros al mes, el 100% del indicador público de renta de efectos múltiples (IPREM). Para la segunda, la cantidad asciende a 2.151 euros al mes, el 400% del IPREM. Y por si fuera poco, este dinero no puede proceder de ayudas públicas o privadas. "Se les están exigiendo unos medios de vida propios cuando su permiso de residencia no les permite trabajar. Es una incongruencia", critica la abogada.

"Todos estos chicos y chicas tienen un sueño, un proyecto de vida. La Administración les acoge, les tutela, les forma, les empieza a integrar y a los 18 años les quita todo", denuncia Igos Sánchez, de FEPA

Para Igor Sánchez, uno de los portavoces de FEPA y coordinador del programa de inserción e integración sociolaboral Tránsito de la Fundación ISOS, el problema es que la Administración invierte en los menores de edad y deja de lado a los mayores, no da continuidad a la labor de integración que hacen los centros de menores: "Todos estos chicos y chicas vienen por algo. Tienen un sueño, un proyecto de vida. Y la Administración no les está respondiendo. Les acoge, les tutela, les forma, les empieza a integrar y a los 18 años les quita todo".

Las mismas oportunidades para salir adelante

Es lo que le pasó a Ebrima, que con quince años se marchó de su Gambia natal en busca de un presente y un futuro mejor. Quería llegar a Europa para poder ir al colegio. Tardó año y medio en llegar a Libia. Allí le detuvieron, torturaron, encarcelaron, extorsionaron y le obligaron a regresar a Gambia. Sin saber muy bien cómo, pudo huir a Senegal y desde allí subirse a un avión con destino España. Aterrizó en Madrid sin documentos de ningún tipo, sin hablar español y sin conocer a nadie. Era enero de 2017, Ebrima tenía 16 años, casi 17, y estaba solo en un país desconocido para él. El centro de menores de Hortaleza fue su primer destino. Estuvo un mes, hasta que le enviaron a otro centro en Alcorcón. Allí comenzó a aprender español, estudiar electricidad, entrenar con el Club Baloncesto Alcorcón e implicarse en todas las actividades que podía. Hasta que cumplió 18 y se vio otra vez solo y sin nada.

Ebrima ha luchado mucho y ha encontrado en su camino a mucha gente buena: la familia de Fuenlabrada que le acogió en su casa, el profesor de matemáticas del centro de menores que le contrató en su gimnasio y la asociación que le ayudó a conseguir el piso de acogida

Han pasado dos años desde entonces. Ebrima tiene ahora 20, comparte piso en Carabanchel, trabaja como electricista e instalador de placas solares, sigue en su equipo de baloncesto y aspira a graduarse algún día en Ingeniería Eléctrica. Lograr todo eso en apenas dos años no le ha resultado fácil. Ha luchado mucho y ha tenido la fortuna de encontrar en su camino a mucha gente buena que le ha echado una mano y le ha dado una oportunidad, como la familia de Fuenlabrada que le acogió en su casa durante nueve meses, el profesor de matemáticas del centro de menores que le contrató en su gimnasio y la asociación que le ayudó a conseguir el piso de acogida en Aluche en el que estuvo viviendo hasta que pudo independizarse el pasado mes de septiembre.

Pero sabe que su caso es una excepción. "De cada diez personas, solo hay dos como yo, a las que con suerte y esfuerzo les va bien. Yo conozco mucha gente que está ahora sin casa, sin recursos y sin ingresos, obligados a malvivir y empujados a hacer cualquier cosa por sobrevivir. No tienen otra opción", cuenta. Y es que, como señala Igor Sánchez, "estar en la calle no es fácil y muchas veces estos chicos y chicas pueden verse empujados a tomar decisiones equivocadas, empezar a delinquir o recurrir a los recursos para personas sin hogar. Es un coste que pagamos toda la sociedad. Perdemos la inversión realizada en los menores de edad", advierte.

"Estar en la calle no es fácil y muchas veces estos chicos y chicas pueden verse empujados a tomar decisiones equivocadas. Es un coste que pagamos toda la sociedad", advierte Sánchez

Para evitarlo, FEPA pide flexibilizar los artículos de la Ley de Extranjería que regulan la residencia y el acceso a la mayoría de edad de estos menores (artículos 196, 197 y 198), y facilitar así la obtención y renovación de sus permisos de residencia y trabajo. "La ley tiene que adaptarse a los tiempos actuales y ofrecer a estas chicas y chicos las mayores posibilidades para buscarse la vida, tener autonomía y poder trabajar de manera legal y con un sueldo digno", demanda Sánchez.

Es lo que también pide Ebrima. Que todos los jóvenes extutelados salgan con permiso de trabajo. Que no se lo pongan tan difícil: "Cuando cumplimos 18 años nos olvidan como si su misión hubiera terminado, como si fuéramos un producto ya acabado. Ni somos ladrones, ni criminales. No queremos que se nos juzgue o que nos miren como huérfanos. Cada uno de nosotros valemos. Lo que pedimos no es mucho: igualdad, empatía y las mismas oportunidades para salir adelante". Para que historias como la suya no sean la excepción.