Hay un gallego en la luna

Migraciones Galicia
Monumento en el puerto de Vigo en recuerdo de los miles de emigrantes gallegos que embarcaban hacia América desde aquí. Representa a una familia despidiéndose. Autora: Alba Solla

Alba Solla (@AlbaSolla

  • Durante décadas, los migrantes de Galicia formaron parte de las comunidades de las sociedades de acogida en América, contribuyendo a su desarrollo económico y social

Los romanos situaron en Galicia el fin del mundo, el punto más occidental de Europa tras el cual se extendía lo desconocido. Sin embargo, a finales del siglo XVIII, los gallegos se aventuraron a ir más allá y pusieron rumbo a una nueva vida al otro lado del Atlántico. Así, cientos de estos migrantes formaron parte en la construcción de algunas grandes urbes americanas como Buenos Aires o La Habana. Prueba de ello es que en el cementerio de la capital cubana descansan los restos de casi 200.000 gallegos distribuidos en 58 panteones, más que en cualquier otro camposanto de América Latina. Durante décadas, los migrantes gallegos formaron parte de las comunidades de las sociedades de acogida, contribuyendo a su desarrollo económico y social, dejando escondidos pedacitos de su tierra entre las calles latinoamericanas.

Esa es la historia de miles de migrantes hasta la actualidad y es la historia de Juana, protagonista de este reportaje y migrante gallega que dejó su Mos (Pontevedra) natal en 1956 buscando un futuro mejor. "Llegué a Buenos Aires muy joven, con 21 años, y me fui de Galicia sola. Allí no se estaba mal, pero parecía que aquí [en Argentina] se juntaba el dinero a palas, aunque luego no fue así", recuerda emocionada. Durante años, quienes hoy destacan como países emisores fueron sociedades de acogida para miles de migrantes europeos.

Durante el siglo XIX, los gallegos eligieron Cuba, Brasil, Uruguay o Argentina como destinos principales a los que emigrar. Quienes dejaban atrás Galicia pertenecían a un eslabón social intermedio entre los que vivían desahogadamente y los que encarnaban la pobreza absoluta. Para estos últimos, la emigración no era más que un sueño utópico dada la falta de medios económicos con los que financiar las travesías, tal y como aclara Xosé Manoel Núñez Seixas, historiador, profesor en la Universidad de Santiago de Compostela y actual director del Archivo de la Emigración Gallega.

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Monumento inspirado en una fotografía real que representa la despedida de un padre emigrante y su hijo. Se inauguró en honor a la emigración gallega y se sitúa al lado del aeropuerto de Peinador, en Vigo. Alba Solla

La elección de América como destino migratorio no fue casual para Juana ni para los otros muchos migrantes gallegos que partieron masivamente a finales del siglo XIX y durante el siglo XX. Cruzar el Atlántico era la continuación de una tendencia a la movilidad que se remonta al siglo XVII, cuando comienzan las migraciones estacionales a Castilla, y que se impulsa con la invención del barco de vapor en el siglo XIX al acortar los viajes trasatlánticos, convirtiéndolos en una opción muy atractiva para la población gallega que, además, contaba con familiares o amigos ya establecidos en las ciudades de destino. "En la ciudad [Buenos Aires] ya había muchos vecinos de allá [Mos] y además también estaba una tía hermana de mi mamá viviendo. Estuve dos años y medio viviendo con ella y después me fui", rememora nostálgica Juana.

El campesinado gallego -hombres jóvenes de poco más de 20 años y, desde mediados del siglo XX, también mujeres- que migraba, quería dejar atrás una Galicia rural donde las opciones de industrialización y las oportunidades de prosperar eran escasas. La intención era trabajar en un negocio familiar o, en su defecto, en algún empleo del sector servicios en América durante unos años y, tras haber ahorrado lo suficiente, regresar. No obstante, "el destino también jugaba un papel relevante y, en muchos casos, los emigrantes ya empezaban a hacer su vida allí y se iban desapegando de la aldea", puntualiza el profesor Núñez Seixas, una teoría que Juana confirma con su propia experiencia de vida. "Trabajé en un sanatorio nada más llegar; después me fui a una agencia periodística y luego me fui a un laboratorio en el que estuve 17 años trabajando como telefonista. Hice ya mi vida aquí y tuve a mi hijo".

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Placa en la sede de la Asociación Galega de Residentes de Mos en Buenos Aires. Foto cedida por la Asociación Galega de Residentes de Mos en Buenos Aires

Sin embargo, pase el tiempo que pase, ningún migrante olvida nunca la tierra que lo vio nacer. Juana mantiene vivos estos lazos visitando cada fin de semana la sede de la Asociación Residentes de Mos en Buenos Aires, donde junto con otros muchos mosenses, comparte la tradición y la cultura gallega. Fundada en 1918, fue reconocida por el Senado de la República como institución de interés cultural. A través del folclore, promueve la cultura de Galicia atrayendo incluso a quienes no poseen una vinculación familiar con la tierra gallega. "Hay chicos que representan al club sin ser gallegos porque simplemente se enamoraron de sus tradiciones", afirma Claudio, hijo de Juana y miembro del equipo organizador de la Asociación. Nacido en Buenos Aires en la década de los 70, heredó el amor por Galicia, lo que lo ha llevado a interesarse por su historia hasta el punto de llevar tatuado en un antebrazo el escudo de Mos, tierra de sus antepasados, y que su madre nunca ha olvidado. "Nunca se te va la morriña. El que se va por el mundo adelante añora siempre el lugar donde nació".

Rosalía de Castro escribió: "Galicia está probe/ i á Habana me vou.../ ¡Adiós, adiós, prendas/ do meu corazón!" para los que dejaban la vida que conocían en Galicia por la desconocida América. Un pasado en tránsito y un presente como sociedad de acogida de nuevos flujos migratorios conforman la historia gallega. Lazos de sangre cruzan el Atlántico y se extienden a través de Buenos Aires, Montevideo, La Habana o Sao Paulo, dejando un pedacito de sus tradiciones y cultura en cada esquina. Se reafirma así ese dicho popular que recorre Galicia e incide en su tradición migrante, asegurando que "hai un galego na lúa"  ["hay un gallego en la luna"] porque, durante siglos, el mundo se les quedó pequeño.

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Placa conmemorativa frente a la Estación Marítima de Vigo en recuerdo de los emigrantes gallegos: "Galicia no olvida a sus emigrantes que, con sus lágrimas, regaron la historia de nuestro puerto". Alba Solla