Sara Ortega (@Sarortegap) / PorCausa
- "Te pones en la piel de estos chicos porque ya has estado en esa piel", dice la fundadora de Somos Acogida, asociación por los derechos de la infancia migrante
- Perfiles #PersonasConM
Emilia Lozano es una mujer manchega de 69 años que vive en el barrio de Hortaleza (Madrid). Su pelo es canoso, es de mediana altura y "nanea", es decir, que anda moviendo el cuerpo de un lado a otro al compás de cada pisada. Pero en uno de los momentos con más polarización política, esta mujer de firmes convicciones, planta cara al odio que presenciaba en su barrio, con empatía y humanidad.
A Emilia le encanta aprovechar la tranquilidad vespertina para caminar con su perra Luna. En uno de estos paseos conoció a varios chicos migrantes que estaban cerca de un parque que linda con el Centro de Primera Acogida de Hortaleza. Tras hablar con ellos, un día les invitó a su casa a tomar algo. Así surgió una amistad y la idea de crear la Asociación Somos Acogida, que protege y acompaña a chicos y chicas migrantes que tienen a sus familias lejos. Tiempo después, viendo la cantidad de casas vacías que había en La Puebla de Almoradiel (Toledo), lugar en el que nació Emilia, puso en marcha con la ayuda de los vecinos, la Casa de la Solidaridad para darles hogar y trabajo.
"Hay muchas veces en que las vidas de estos chicos te recuerdan a la tuya. Muchas veces. Te pones en su piel porque ya has estado en esa piel", sentencia por teléfono desde su pueblo, mientras camina por el vacío paseo de gravilla que conduce al Pocillo, antiguo pozo de agua que surtía a la población, ahora abandonado. La infancia de Emilia tampoco fue fácil, quizá por eso fue sencillo acercarse a la realidad de los chicos a los que ayuda. "Nosotros éramos muy afortunados porque mi padre estaba con un señorito", afirma sobre la enorme granja de pollos y gallinas donde vivía con sus padres y hermana. También tenían un huerto. En su casa se vivía al día. Por eso desde los ocho años, ella acompañaba a su padre a trabajar en el abrasador campo manchego. También ofrecía a las tiendas los vegetales que recogían del huerto. Luego iba al colegio, aunque del cansancio, "cuando llegaba a la escuela yo no tenía ganas de estudiar", afirma.
Si tienes ojos despiertos, nacer en una familia humilde que se gana el sustento sirviendo a los acomodados hace que prestes atención a las injusticias desde muy pequeña. Emilia recuerda que la cabalgata del día de reyes consistía en repartir juguetes a los niños de los ricos. Y al día siguiente, ella iba con su hermana a casa de ellos a ver lo que les habían regalado. Les decían, "¡tú no toques, solo mira, que tú eres pobre!", recuerda Emilia.
Ella, como los chicos a los que acoge, también migró joven. Llegó a Madrid con 17 años. Fue la solución que dictaron los Jueces de paz del pueblo, cuando su padre denunció a un amigo y compañero de trabajo de él, que la había estado violando durante seis años. Fue muy duro reconocer el delito, porque estaba coaccionada por el acusado y todo empezó cuando era muy pequeña. Aún lo es recordarlo. Las lágrimas se oyen al otro lado del teléfono. Y también fue difícil empezar una vida en solitario en la capital, donde su procedencia social determinaba su vida: fue a servir a casa del señor para el que trabajaba su familia.
Emilia, como los chicos a los que acoge, también migró joven: llegó a Madrid con 17 años.
Volvió al pueblo de visita, pero la nostalgia de su vida allí se desgarró por el estigma de estar "deshonrada". Sus antiguas amistades se rompieron. Como su futuro en el lugar donde había nacido. Estaba sola. Así que regresó a Madrid, y una oportunidad de trabajo cambió su vida para siempre, gracias a la cual se afilió a un sindicato. Empezó a leer libros de Historia: la diferencia de clases que siempre había visto en su niñez era palpable en el trabajo. Participó en varias huelgas para mejorar las condiciones laborales de ella y sus compañeros.
El corazón de Emilia bombea determinación para cambiar la injusticia de muchas realidades. Con el tiempo, tras divorciarse, ayudó a crear dos asociaciones para mujeres que sufrían violencia de género, en el distrito de Hortaleza. También encontró el verdadero amor con Luis Casillas, que es cofundador de Somos Acogida, y ayuda en lo relacionado con la regularización de los chicos y chicas migrantes. Juntos, acogieron a Cristi, una joven haitiana que huyó del conflicto en su país hace un año.
Para Emilia, los derechos de la infancia migrante son ahora una prioridad. Aunque necesitan ayuda, pues no reciben compensación económica alguna, en colaboración con Acción contra el Hambre han conseguido que varios chicos empiecen un curso de inserción laboral. La felicidad de los chicos y chicas es su mayor orgullo.
—¡Cristi ya tiene los papeles! ¡Y Sheriff! —dice entusiasmada—, eso sí que son premios.
Comentarios
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