Cuando la “inserción laboral” contribuye a estigmatizar a las mujeres migrantes

Cuando la “inserción laboral” contribuye a estigmatizar a las mujeres migrantes

Katty Solórzano | Poder Migrante

  • Si eres extranjera no comunitaria parece que tus expectativas laborales deban ceñirse a ser camarera de piso, trabajadora del hogar o cocinera y/o camarera de un bar

Al hablar de discriminación, racismo estructural y desigualdad de trato es necesario reparar en que la igualdad no sólo se logra a través de las leyes aunque, por supuesto, estas sean necesarias. Las estructuras más duras de combatir y de cambiar son las mentales, las creencias asumidas por siglos de pensamiento colonial instaurado en las mentes de las personas que conforman las sociedades occidentales autopercibidas como superiores por creerse herederas de la "verdadera civilización". Estas mismas personas con sus imaginarios son las que diseñan y gestionan las instituciones de las que dependemos todos y todas.

Sin negar los logros y avances que en Occidente se hayan podido gestar, queda mucho por hacer en el camino hacia una verdadera igualdad de trato basada en la ciudadanía. Para ello se requiere una autocrítica individual y una conciencia colectiva sobre los gestos de discriminación que se producen a diario. Gestos a veces indirectos y hasta bienintencionados pero no por ello menos inocuos, como el que muestra la publicación de un organismo público del Ayuntamiento de Madrid que oferta cursos de inserción laboral.

Hace falta autocrítica sobre los gestos de discriminación que se producen a diario, a veces bienintencionados

En la publicación se ofrece formación en el área de alojamientos de hotel. En otras palabras, camareras de piso. En la misma publicación se ofrece formación en cocina y, a continuación, se especifica que están dirigidos a mujeres nacionales de terceros países con permiso de residencia.

Siendo optimistas podríamos pensar que estas formaciones podrían dirigirse a mujeres de origen extranjero no comunitario sin permiso de trabajo dado que el único nicho de trabajo posible para ellas en un sistema laboral que te condiciona a estar, como mínimo, tres años en la irregularidad bajo la Ley de Extranjería son los cuidados en hogar. Sin embargo, no es el caso, pues se señala que tienen que ser de origen extranjero y con permiso de trabajo.

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El problema que atañe a esto es mucho más profundo y tiene que ver directamente con la desigualdad de trato y la sociedad que estamos construyendo. Una sociedad desigual, no en el sentido de clases que siempre se ha entendido y normalizado como clases pudientes, medias y bajas, sino en un sentido de desigualdad construida a partir de la idea preconcebida y bien sedimentada por siglos de pensamiento colonial: si eres extranjera de origen no occidental, tus capacidades o habilidades se reducen a ámbitos del mercado de servicios y, como bien muestra la publicación que no hace sino reflejar la realidad, si eres extranjera no comunitaria parece que tus expectativas laborales deban ceñirse a ser camarera de piso, trabajadora del hogar o cocinera y/o camarera de un bar.

Por supuesto que todos estos son trabajos dignos que sostienen gran parte de la economía española. Sin embargo, lo me preocupa y me lleva a reflexionar sobre esto es algo que siempre he pensado: para quienes tuvimos la oportunidad de estudiar y formarnos, aún cuando hayamos sido las primeras hijas de migrantes de la oleada migratoria que llegó allá por los años 90 que vinieron a cubrir los trabajos del hogar que permitirían a las mujeres españolas incorporarse al mercado laboral, se nos han cercenado expectativas laborales por la vía de la discriminación sutil e indirecta. Esto implica que nuestros conocimientos y capacidades siempre se pongan entre paréntesis y que tengamos que seguir demostrando el doble que el resto.

Cuando te atreves a aspirar a un puesto de trabajo fuera de esos "trabajos de migrantes", tienes que cargar con la sospecha sobre tu origen

Esa discriminación velada consiste en reforzar la creencia de que nuestras expectativas laborales se reduzcan a eso que, sin decirse abiertamente, se ha convertido en "trabajos de migrantes". Y cuando optas o te atreves a aspirar a un puesto de trabajo fuera de esos ámbitos, tienes que cargar con la sospecha sobre tu origen, porque se parte de la creencia preconcebida e instalada en el pensamiento occidental de que viniendo de un país subdesarrollado o tercermundista no tienes el mismo nivel que los/as autóctonos/as.

Y es que las consecuencias de la publicación, a priori bienintencionada, son múltiples y a distintos niveles. En primer lugar, la reafirmación del pensamiento ya generalizado de que las mujeres migrantes "solo servimos para limpiar" como quedó patente con el pensamiento que exteriorizó la Delegada del Gobierno en Ceuta a propósito de abrir las fronteras para que las mujeres marroquíes puedan venir a limpiar casas.

En segundo lugar, el mensaje que se envía a las nuevas generaciones de niños y niñas sobre sus potencialidades y metas en una sociedad tan diversa como la actual sociedad española, pues aunque otros/as quieran seguir anhelando un pasado imaginario de homogeneidad racial, esa España ya no existe ni existirá.

Y en tercer lugar, es una forma de exclusión económica directa hacia las personas migrantes, pero especialmente mujeres, del natural proceso de ascenso socioeconómico que les permitiría mejorar sus condiciones de vida material y las de sus familias a través del acceso a mejores puestos de trabajo.

La publicación del Ayuntamiento muestra lo mucho que queda para avanzar en el proceso de cohesión social basado en la interculturalidad y la diversidad

Esta publicación es sólo una muestra de lo mucho que nos queda por hacer para avanzar en el proceso de cohesión social basado en la interculturalidad y la promoción de la diversidad como un valor que enriquece las sociedades y que aporta otras miradas sobre cuestiones sociales así como en muchos ámbitos. Pero también para el reconocimiento de los derechos de todas las personas que conforman una sociedad a avanzar y generar mejores condiciones de vida para sí mismas y sus familias.

Eso quizá sea lo que más va a costar pues supondría acabar con imaginarios construidos con mimbres de pensamiento colonial. Para ello es necesario acabar con el modelo de inserción laboral paternalista y caritativo en el que se mira a las mujeres migrantes como "pobres analfabetas" en el sentido literal y simbólico a las que hay que empoderar, paradójicamente, a través de trabajos desempoderantes que refuerzan el estigma que nos persigue como lastre de, por ejemplo, mujeres latinoamericanas dulces, buenas y dóciles que sólo sirven para cuidar.

Katty Solórzano es investigadora social, activista y colaboradora de Poder Migrante