El "puto" refugiado

Tengo un amigo que es un "puto refugiado". Por supuesto eso no lo digo yo, lo dice él. Bueno, ahora yo de vez en cuando se lo digo también, "eres un puto refugiado", y nos reímos los dos. La realidad es que para mí es un enorme amigo, una persona a la que quiero muchísimo, que está presente en mi vida de forma permanente desde hace cuatro años. Pero en muchos sitios ha sido un puto refugiado; esto sería "alguien no realmente deseable al que le han pasado cosas malas y por eso hay que ayudarle pero sin demasiada convicción, lo justo". Es esa horrible narrativa de la ayuda a través de la caridad y la pena que despoja a las personas de su agencialidad. Refugiado no es más que una categoría jurídica, no define a la persona. Puto, sí. Puto representa ese desprecio velado en muchos casos, no reconocido en muchos otros, y declarado en una mayoría. Puto es  al que no le alquilan un piso y que acaba teniendo que pasar por una agencia que le dará acceso a un cuchitril por bastante más que el precio de mercado y un par de comisiones de esas que no te devuelven. Puto es el que tiene un hijo que nace en una maternidad de nuestro país y no tiene partida de nacimiento 5 meses más tarde. Puto es el que recibe a su mujer llorosa porque un conductor de autobús la ha insultado y sabe que salvo consolarla no puede hacer mucho más.

No recuerdo cómo era cuando le conocí. Pensándolo ahora me doy cuenta que no debía hablar español, porque acababa de llegar tras un periplo infinito desde ya no sé ni dónde. Bueno, el origen absoluto sí lo sé, Siria. Pero no recuerdo si pasó por Turquía o por Jordania o cuál fue su trayecto. Sé que no vino por mar.

Mi amigo tardó mucho tiempo en contarme cosas de Siria. Pasó por lo menos un año hasta que empezó a compartir conmigo su dolor. Ha perdido a muchos seres queridos, a familiares y amigos. De estos últimos no queda ninguno. Es difícil convivir con tanta pérdida y más difícil es no poder compartir con nadie similar a ti todas las emociones, rabias, sorpresas y frustraciones. Yo puedo escucharle y sentir empatía y compartir parte de sus sentimientos, pero no dejo de ser una espectadora cómodamente situada en mi privilegio. Y la verdad sea dicha, todos los días agradezco dicho privilegio, que no debería ser tal: todas las personas deberíamos poder vivir en paz toda nuestra vida, sin sufrir la pérdida violenta de seres queridos ni de hogar. Malditas las que provocan la guerra que, por cierto, luego no suelen vivirla en sus carnes.

Mi amigo no vino solo a España. Fueron varias personas las que llegaron en la misma remesa. Creo recordar que eran una veintena, incluyendo mujeres y niños. La mayoría se fueron al rato. Por lo visto, España no es un país acogedor. El otro día, mientras veía la maravillosa película  ‘Las nadadoras’, me dio por pensar que Alemania tampoco es que tuviera muy buena pinta. En los años de mayor éxodo sirio, Alemanía era el país de referencia. Cuando tienes que huir de tu país y enfrentarte al horror del sistema de control migratorio Europeo, que es indescriptiblemente inhumano y destructivo, lo que buscas es un lugar donde haya alguien conocido, una persona amiga, un familiar aunque sea lejano. Mucha gente siria tenía familiares en Alemania. Se me había olvidado ya cómo era la recepción de personas en los espacios de acogida de aquel momento, en 2015. Todo el sistema que se puso en marcha, por ejemplo en Tempelhof en Berlín, en los hangares del antiguo aeropuerto, con cajas sin techo con camas dentro. Recibíamos a los refugiados con pena y caridad: "venid y meteros en estos cubículos que con un poco de suerte tendréis papeles algún día". Recuerdo los relatos de mi amigo el periodista Antonio Trives sobre sus periplos por Grecia, que también estaba llena de contenedores en los que se apilaba a los refugiados sirios. Recuerdo las historias de tristezas profundas, personas maravillosas hundidas en un campo de refugiados, obligadas –si, obligadas– a vivir de la caridad. Las personas necesitan papeles y reconocimiento de sus derechos, esa es la libertad real que prometemos pero no otorgamos en los países europeos. Y con el corazón en un puño recordando todo ahora pienso ¡qué pronto se olvidan las cosas cuando no las vives en primera persona!

Mi amigo, mi hermano, también ha visto Las nadadoras. Le ha gustado mucho. Le ha recordado cosas que tenía olvidadas. Para eso sirven estas películas, para recordarnos de dónde venimos y obligarnos a repensar a dónde vamos.

Por el momento, Sarah Mardini, una de las protagonistas de la historia, irá todavía varias veces, con otra veintena de compañeras, a los tribunales helenos, donde están siendo juzgadas por su labor como activistas ayudando a las personas que llegaban a las costas griegas de forma irregular. Amnistía Internacional está a tope intentando evitar que se lleve a cabo un juicio ejemplarizante atrapado en las garras de aquellas personas que defienden el formato más deshumanizado del sistema de control migratorio europeo. Un grupo de refugiadas contra el sistema, ¿qué puede salir mal?

Ayer estábamos preparando una campaña de captación de lovers para porCausa. Dándole vueltas a cómo la gente se implica con las organizaciones y acabamos concluyendo que, aunque las personas por desgracia no sean conscientes de ello, donar es como votar a un partido político. Con tu apoyo eliges el modelo de mundo que quieres. Los donativos no son solo dinero para lavar conciencias, son más bien una externalización de tus principios, una forma de elegir a otras personas para que luchen por el mundo que tu crees que debe ser. ¿Caridad o derechos? Estoy segura de que Sarah elegiría lo segundo, ¿y tú?

Si te ha gustado este artículo, no dejes de visitar la campaña de Amnistía Internacional sobre salvar a los que salvan. También puede interesarte Baynana, el primer medio creado por refugiados sirios en España.