El pasado mes de julio moría el documentalista senegalés Doudou Diop cuando rodaba en un cayuco camino a Canarias. El periodista José Naranjo cuenta en un emotivo reportaje publicado en Planeta Futuro cómo Diop decidió embarcarse en secreto para documentar la historia real de un viaje en patera. Y como vida misma que era, el viaje acabó en muerte, como tantos otros. Doudou perdió su vida, muchas personas leímos el reportaje de José Naranjo y lloramos su muerte, pero miles de personas han cruzado por esa ruta después, muchas habrán muerto también. Nada ha cambiado. ¿O si?
Hace casi un año, mi compañero el periodista José Bautista, recibió amenazas inquietantes por parte de personas bien posicionadas en el Gobierno cuando salió publicada la investigación sobre la masacre de Melilla que demostraba que el ministro del Interior, Fernando Marlaska, había ocultado pruebas y se confirmaba por lo menos una muerte en suelo español. Las amenazas quedaron impunes y el ministro no dimitió ni fue cesado. Nadie ha respondido por la vida de las más de 100 personas muertas o desaparecidas ese día en la valla de Melilla.
Cubrir migraciones hoy en día en Túnez puede ser considerado un delito. En Túnez, la libertad de expresión y de prensa están muy restringidas desde hace mucho tiempo, y con el giro autoritario del gobierno de Kaïs Saïed, el cerco se estrecha. Desde que unos vídeos mostraron a grandes grupos de migrantes abandonados en el desierto, sin agua ni otros recursos, el Gobierno ha atacado a los periodistas, acusándoles de difundir noticias falsas, lo que ahora puede llevarles a la cárcel. El ministro del Interior ha llegado a afirmar que les vigila directamente, en un contexto en el que ya se ha acusado a periodistas de conspirar contra la seguridad del Estado o se les ha condenado por negarse a revelar sus fuentes. Sin embargo, como suele pasar con estas cosas migratorias, lo que pasa en Túnez se queda en Túnez, y a pesar de todos los riesgos que corren los periodistas y las amenazas a las que se enfrentan, la situación permanece invariable.
La periodista Eileen Truax nos contaba el otro día en un congreso de periodismo en Atenas, como un personaje la acosó durante meses todas las mañanas mandándole mensajes por teléfono, como resultado de su trabajo sobre migraciones. Como explicaba esta emblemática periodista mejicana, se puede destruir a una persona de muchos modos, que van de la amenaza sobre su vida a la presión insufrible de la gota malaya. Pero para ella no hay duda, sí merece la pena hacer cobertura de migraciones, cueste lo que cueste.
Esa fue la conclusión generalizada del panel: Periodismo de investigación y migración, los costes de la lucha contra la impunidad, en el que participé el pasado jueves abriendo el congreso internacional de periodismo IMEdd. Las personas que trabajamos produciendo información sobre las migraciones tenemos que enfrentarnos a condiciones extremas. No se trata de un tema popular entre las audiencias - no se imaginan lo difícil que es conseguir fondos para producir investigaciones y contenidos sobre migraciones- y además, si se hace a conciencia, es peligroso. Pero pese a todo, una vez que empiezas ya no puedes parar. Se lo debes a todas las personas que viven esos procesos destructivos y deshumanizados producto de unas políticas migratorias globalmente desquiciadas. Es sin duda, la única forma que encontramos de luchar contra la incomprensible deriva que están tomando los gobiernos de todo el mundo. Es una deuda infinita con la primera persona a la que entrevistamos, con las comunidades afectadas por la primera investigación que hicimos, con las personas que murieron desde entonces, con las que fueron agredidas injustamente. Es una apuesta por un futuro mejor, al que llegaremos con información de calidad. Eso y mucho más es el periodismo de migraciones. Y sí, merece la pena.
Comentarios
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