La infinita impunidad de masacrar en Melilla

Lo sucedido el pasado viernes en Melilla es excepcional, pero no tanto. La migración en la Frontera Sur se relaciona con muerte, como si no se pudiera migrar de otra forma que arriesgando la vida. La deshumanización creciente de la Frontera Sur española podía hacer prever que una cosa tan terrible podría suceder en algún momento. El tema es que este no es "cualquier" momento. 

En estos momento Madrid se prepara para acoger la cumbre de la OTAN, que empieza oficialmente este martes. Unas semanas después de que nuestro gobierno hiciera pública la externalización de nuestra frontera a Marruecos, pagando el histórico precio de dar la espalda al pueblo saharaui. La implicación de lo sucedido en la valla en las conversaciones de estos días será inevitable. Las declaraciones del presidente Sánchez dejan entrever lo que será la posición del gobierno de España, a favor de la brutalidad policial de Marruecos, que potencialmente solicitará apoyo para reforzar militarmente la frontera. 

Falta información detallada de cómo sucedió esta tragedia, pero hay pistas que, explicadas por personas y organizaciones que viven en la región de Nador, hacen pensar que esta masacre es el resultado de un error fatal por parte de las autoridades marroquíes. Desde hace unos días, las fuerzas marroquíes estaban quemando los campamentos de las partes adyacentes a la valla. No se trataba de los campamentos que habitualmente hay en la zona, que normalmente se concentran en el monte Gurugú. La presión de la policía marroquí posiblemente quería desplazarlos hacia el sur del país, seguramente para evitar presión en los puntos de cruce. Las personas que querían pasar –la mayoría procedentes de Sudán y Chad, países en conflicto– llevaban días asediadas, muertas de hambre, sometidas a una presión física y psicológica infinita. Y todo esto cataliza en un intento desesperado de cruzar la frontera por una de las zonas más estrechas y peligrosas de la valla de Melilla.

El acuerdo entre Marruecos y España para abordar la gestión migratoria a través del control y la securitización es la crónica que anuncia las muertes. Algunas de estas muertes las veremos gracias al trabajo valiente y audaz de periodistas y activistas que son capaces no solo de grabar de las imágenes, si no preservarlas de las requisiciones de la policía marroquí, que desde el primer minuto del viernes incautó decenas de dispositivos de grabación, intentando que las imágenes no salieran –el espanto de los cuerpos hacinados al pie de la valla duró suficientes horas para que pudieran verlos y grabarlos muchas personas–. Pero muchas de estas muertes no las sabremos, como no se sabe a día de hoy cuánta gente muere en el desierto, en Libia, o en el mar. Son muertes que se aceptan porque nos han contado que así tiene que ser, que los africanos que se quieren mover a Europa están desesperados y aceptan la muerte como un posible desenlace. Y si el africano la acepta, ¿cómo no la vamos a aceptar nosotras? Esta normalización de las muertes de otras personas sucede también en las crisis olvidadas, aquellas guerras que llevan tanto tiempo que ya no interesan a nadie y se desarrollan escondidas de la esfera de nuestro debate público. Este desinterés por el dolor ajeno tiene un punto de inevitabilidad, porque no se puede vivir el dolor de los demás de forma permanente. Pero eso no quiere decir que no resulte igualmente doloroso y desazonante para las que no vemos las cosas de ese modo. 

Estos días tienen que pasar cosas. Ya están saliendo testimonios de personas que sobrevivieron y que desmienten la versión oficial del discurso de nuestro presidente apuntando que la policía marroquí actuó "bien". Algunos testimonios culpan a esa policía de matar a chavales de 20 años a golpes, lo que dista mucho de lo que se considera una "buena actuación". Veremos si todo lo sucedido deriva en una actuación por lo menos de la ONU. Lo que es muy probable es que no le pase factura ni al gobierno de España ni al de Marruecos. Esa es quizás una de las partes más frustrantes, esa infinita impunidad. Por eso es indispensable que cuando se nos pase un poco la rabia y el shock inicial, todas las personas que trabajamos en estos temas seamos capaces de hilar un discurso fino y complementario que consiga que todo lo sucedido tenga alguna consecuencia. No podemos tolerar que ser xenófobo salga más rentable que ser inclusivo, como parece que nos está diciendo Sánchez. Recordemos que hace cuatro años el presidente se convertía en la esperanza de Europa acogiendo al Aquarius, y ahora, a las puertas de las próximas elecciones generales, ha cambiado completamente su discurso, justificando las muertes de decenas de personas en una situación de extrema vulnerabilidad. Quizás piense mejorar su opciones de reelección con este tipo de discursos. Eso sí que sería triste.