Consumidora pro nobis

El ñam ñam moderno

Las modas gastronómicas funcionan de modo parecido a nuestras amiguitas las patas de gallo, las canas y otras señales visibles de deterioro físico: llegan sin sentir y se instalan sin pedir permiso. Tres o cuatro segundos frente al espejo del baño bastan para comprobar que el enemigo en forma de pliegue, mancha en el dorso de la mano o pelo descolorido se está haciendo con nosotros irremediablemente, aunque ya lleve un tiempo ahí acechándonos.

Rúculas, carpaccios, setas boletus y otros ingredientes y platos también parecen llevar con nosotros toda la vida en cartas y menús de restaurantes: sólo ocasionalmente nos sorprende, a modo de epifanía, la naturalidad con la que hablamos sobre ellos, el tono de pásame la sal con el que le pedimos al compañero de mesa que nos alcance el wasabi y lo poco coloraos que nos ponemos cuando nos sube su esplendor picante. Los últimos en llegar a la escena gastronómica han sido la carrillera de ternera (de salsa tan oscura y con tanta esencia de carne que parece contener dentro mugidos) y el secreto ibérico, que, si bien todavía nos suena a algo relacionado con el CESID o con los papeles de Salamanca, no es más que una parte veteada del cerdo camuflada tras la paletilla.

La naturalidad con la que hablamos de esos alimentos es clara señal de que existe un aprendizaje relacionado con "lo que se lleva ahora", ya sea en los escaparates de zaras y mangos o en las mesas de cualquier restaurante. Las nuevas recetas han dejado de ser unas invitadas de nombres complicados que nos cuesta pronunciar. ¿Llegará pronto el día en que podamos decir Gudsmundottir, el islandesísimo apellido de Björk, tan fácilmente como pedimos un plato de California maki y un carpaccio con guarnición de boletus? 

Más Noticias