Consumidora pro nobis

El deterioro es cool

Confieso que la primera vez que vi una prenda de ropa envejecida artificialmente, piqué por completo de lo auténtica que parecía: era una camiseta con el logo verdiamarillo de los tractores John Deere descascarillado por tantos (aparentes) lavados y centrifugados. La llevaba un amigo veintipicoañero nada agrónomo y nada americano al que no lograba asociar con una adolescencia tractoril estadounidense: enseguida me dijo que la camiseta era prácticamente nueva, que se la habían regalado días atrás y que sólo fingía estar deteriorada por el uso.

Después, la vida me hizo más avispada y aprendí a detectar a primera vista vaqueros con arrugas en la ingle marcadas ya desde su confección en la fábrica textil, o muebles con aspecto de haber sido comprados en una almoneda cuando en realidad los acababan de ensamblar y de agujerear con un berbiquí para simular plaga de carcoma. Al poco tiempo, yo misma tuve mi camiseta de Sesame Street falsamente ajada que me posicionaba, para quien no pillara el truco, como una adulta mitómana de la ropa de su niñez que no logró nunca desvincularse de su adorada T-shirt del Barrio Sésamo guiri.

Sé que no se lleva nada poner velas a las santas milagreras (Santa Rita parece que es un crack concediendo deseos imposibles), ni frotar lámparas de aceite por si vienen con su genio dentro, pero yo no veo el momento de pedirle a cualquiera de los dos que el deterioro físico humano se ponga tan de moda como la vejez simulada de camisetas, muebles y vaqueros. Los tatuadores de varices harían su agosto; en las peluquerías la demanda de canas sería el no va más. Lástima que, por ahora, ese envejecimiento, en su versión conseguida de modo natural por el paso de los años, no sea igualmente válido como tendencia.

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