Consumidora pro nobis

Rebelión aeronáutica

Quiza sea una estrategia comercial, pero agradezco que los dueños de las cadenas de comida rápida desvelen públicamente sus nombres y apellidos. Niall y Faith MacArthur, propietarios de la británica Eat, firman sus comentarios sobre los productos de la marca en sus propios envases, lo que proporciona al consumidor el alivio de saber que alguien se hace cargo de esa comida.

No ocurre lo mismo en el mundo del bocadillo de aeropuerto español o de su línea aerea nacional: tras el logo de "Fast Good" sí se esconde, a lo lejos, Ferrán Adria; no así tras el bocadillo de jamón serrano con aceite de oliva que también se sirve en los aviones ibéricos a seis euros. Me refiero a una especie de bimbollo relleno de un jamón tan chicloso que ni los colmillos de un depredador lograrían lidiar con él. Sí, la clásica escena del mordisco en el que uno se queda con todo el jamón entre los dientes y deja el mazacote de pan vacío nos ha ocurrido a mí y a otros en los aviones de un país que exporta como rasgos identitarios su gusto por el buen comer y por los productos "de siempre".

Me duele la decepción del turista que decida inaugurar su viaje a este país con la promesa de un rico bocadillo de jamón a bordo y no halle a quién mostrar su desencanto, a quién preguntar dónde está el famoso aceite de oliva o por qué no lleva tomate ese pan fronterizo con la bollería industrial. ¿No nos entran grandes ganas de blandir, todos a una, los panes pagados a precio de oro en aeropuertos y aviones españoles y emplearlos a modo de porra? La actividad no entrañaría riesgos, pues pocas contusiones provocaríamos con armas tan blandengues.

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