Consumidora pro nobis

Tú también puedes serlo

 Desde hace décadas, la idea del autor como artífice único de su obra, imponiendo su visión del mundo pluma o pincel en mano, se ha ido resquebrajando hasta casi hacerse añicos. Pero en esta sociedad requeteposmoderna la cosa no podía quedar así: tras aceptar mal que bien esas nuevas ideas y aprender a ver a los  que firman textos, vídeos y lienzos como meros participantes de una sesión de espiritismo en la que alguien habla a través de ellos, llega la idea de autoría a productos alimenticios que, antaño, al igual que el Cantar del mío Cid, habían sido anónimos.

 

Primero desembarcaron los aceites de Ferrán Adrià, con soja, albahaca o cardamomo, y a partir de ahí, la etiqueta "de autor" se empezó a manejar con soltura en aguas, chocolates y otros productos que llevarse a la boca de los que antes sólo conocíamos su marca. Nos consuela pensar que hay una persona detrás de esos alimentos, aunque sea una abuela genérica que hace caldos de pollo y magdalenas esponjosas, o un churrero anónimo que fríe con esmero sus patatas y empaqueta su "obra" en bolsas amarillas de papel. Nos viene bien sustraerle a lo comestible ese toque impersonal e industrial y así quitarnos de la cabeza las escalofriantes leyendas urbanas sobre el proceso de producción del fiambre en lonchas o de la pizza congelada. Lo positivo de todo esto llegará cuando logremos dignificar toda tarea añadiéndole este prestigioso sambenito y llamemos al conjunto de labores que incluyen pasar la aspiradora, doblar los calcetines limpios de una determinada manera y ordenar los tarros de la cocina según su tamaño, "limpieza de autor".

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