Consumidora pro nobis

Contra el dos punto cero

El afrancesado término rentrée no es más ni menos que la versión adulta de la vuelta al cole y, al igual que esta última, implica pequeños o grandes reajustes en nuestra cotidianidad. Tanto para los que estrenan agenda nueva en septiembre, dependientes aún —y a mucha honra— de las directrices del año académico tradicional, como para aquellos que abandonaron esa práctica hace años y ahora inauguran calendario el uno de enero, septiembre suele traer consigo algún cambio vital. Un clásico es el deseo repentino de deshacernos del exceso de trastos que nos emparentaban con Drugos el acumulador, ese genial personaje de Mauro Entrialgo cuya vida transcurre dedicada al mantenimiento de sus colecciones de objetos. Otro, más clásico aún, es acudir con optimismo a matricularnos en el gimnasio o en algún idioma cuyo subjuntivo no acabamos de conjugar bien.La idea que se esconde tras esto es la de someternos a una actualización, término que ya no suena bien por la frecuencia inusitada con la que aparece en nuestras vidas desde las pantallas de nuestros ordenadores: se nos insta casi a diario a actualizar nuestros programas informáticos, algunos de ellos totalmente ignotos para nosotros, bajo amenazas en forma de virus o cuelgues del sistema. Ese furor por la renovación constante comienza a propagarse como una mancha de crudo por el resto de nuestra existencia. Para combatirlo, tratemos de no considerar un fracaso el renunciar al curso de Photoshop o de inglés comercial este trimestre. La procrastinación, el dejar para mañana lo que podamos hacer hoy, aunque esté totalmente demodée puede ser una sana reacción contra la furia actualizadora que nos rodea.

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