Consumidora pro nobis

Polímeros y culpa

Para concienciarnos acerca del impacto medioambiental provocado por la generación de desechos de plástico y metal se han ideado cientos de campañas. Una muy ingeniosa de la Agencia Catalana del Agua nos alertaba hace unos años, por medio de carteles, de las "especies más peligrosas" que poblaban el Mediterráneo. En ellos aparecían, con su nombre al pie, imágenes de lo que podrían ser pescados y mariscos pero que en realidad eran latas oxidadas, botellas de refrescos o preservativos.

Todo este despliegue de imaginación gráfica lamentablemente no ha servido de mucho, quizá por eso a día de hoy Carrefour quiere convencernos de algo similar —el daño causado por las bolsas de plástico—, pero a través de un discurso bastante menos sofisticado: leo los inmensos carteles que rezan "bolsa caca", instalados en el mobiliario urbano de las principales ciudades españolas, e inmediatamente me parece recibir el mismo manotazo infantil que obtenía al tratar de coger del suelo un muñeco raído o una piruleta. Hay que admitir que la campaña es impactante. Carrefour tiene que estar contento: comentamos sus anuncios, protegemos el medio ambiente y además nos sentimos culpables cada vez que aceptamos un ejemplar en otros comercios donde el reparto de bolsas de plástico no ha sido restringido todavía. Era casi ayer, en los tiempos del derroche inconsciente, del bum de la construcción, de la ostentación a mansalva, cuando nos las daban ellos mismos a puñados. Ahora hemos adquirido una nueva responsabilidad como ciudadanos adultos; aunque eso sí, a través de un mandato de resonancias cien por cien infantiles.

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