La intersección alimenticia entre lo humano y lo perruno o gatuno es más amplia de lo que creíamos. No nos engañemos: nuestros mejores patés de gala, desmoldados y servidos en una escudilla, no diferirían mucho, al menos visualmente, de una ración de Whiskas o Dog Chow, pero mejor no intentemos poner en práctica la broma en los cenorrios de estos días. Ojo, que no estoy queriendo decir con esto que cada día se nos vendan alimentos menos sofisticados, más descuidados a primera vista: resultaría paradójico en los tiempos ultragastronónimos que corren. Por eso me huelo que la estrategia consiste más bien en lo contrario: en dignificar a Sultán, a Pipo, a Flora y a otros animales de compañía logrando que su comida resulte visualmente tan apetitosa como un paté de liebre al Armagnac o de faisán al Oporto. Porque ellos lo valen.
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